31 de enero de 2016

Un arte. En una comedia algo triste aparece el extraordinario poema de Elizabeth Bishop sobre las pérdidas y la aceptación. Lo extraordinario: que el poema se vincula con la experiencia del aprendizaje de la lectura (un viejo profesor, una joven semianalfabeta). No se puede aprender nada mejor que la lectura. Por eso parece coherente que se practique con un extraordinario poema en torno al fracaso y la indiferencia ética. El viejisimo maestro puede morir en paz, una vez que se ha sembrado el don. (Seamos agradecidos con esos humildes seres que nos enseñaron a desentrañar un sentido entre las manchas negras arrojadas en un papel. Ningún mundo mayor se nos ha abierto o concedido después.)
 
***
     Un arte

El arte de perder no es difícil adquirirlo.
Tantas cosas parecen empeñadas
en perderse, que su pérdida no es un desastre.

Pierde algo cada día. Acepta el tumulto
de llaves de puertas perdidas, la hora malgastada.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Practica entonces perder más aún, y más rápido:
lugares, nombres, y el sitio al que se suponía
que viajarías. Nada de esto será un desastre.

Perdí el reloj de mi madre, y -¡mira!- la última, o
penúltima de tres casas que amaba se fue.
El arte de perder no es difícil adquirirlo.

Perdí dos ciudades, ambas adorables. Y, más ampliamente,
algunos sitios de los que era dueña, dos ríos, un continente.
Los echo de menos, pero no fue un desastre.

-Hasta al perderte a ti (la voz bromista, un gesto
de amor) no habré mentido. Es evidente que
el arte de perder no es demasiado difícil de adquirir
aunque parezca por momentos (¡Escríbelo!) un desastre.

       (Trad. del poema de E. Bishop, aquí)

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