16 de enero de 2016

Las mónadas no tendrán ventanas, pero sí las soluciones habitacionales que las clases semipudientes se apañan

Alcibiades Baumgartner, esteta refinadísimo y suburbial, natural de Los Camarotes, bárbaro lugar en el interior de una de las sierras más estériles de la provincia, hubo de experimentar aquella mañana, al descorrer el visillo de la ventana, como anciana desocupada de pueblo de otrora, un stendhal transmoderno cuando miró al frente y captó los rebrillos del sol mañanero de invierno (era un enero radiantemente anticiclónico) en los metros de bandas de cinta de vídeo que alguien o los elementos empedócleos se había encargado de sacar de sus carcasas después de arrojarlas a la escombrera, y que se habían tendido con secreto pero pulcro orden o desorden entre los arbustos.Testigos mudos de la belleza relumbradora eran asimismo sendos frigorífico y lavadora despanzurrados. Piafaban sin embargo los caballos del picadero (primo sensu) y se sumaban también las moscas con su zumbar tardío (era un invierno impropiamente anticiclónico y cálido) a este escenario sabatino de armónica hermosura. En verdad, el mundo es cosa bien trabada, dijo para sí nuestro Alcibiades.

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