4 de junio de 2013

Fraticelli

En la calle, junto al contenedor, un gato romano, gris moteado de blanco, demacrado y sucio, un autentico pordiosero, lame las heridas de otro, malherido o inevitablemente muerto. La piedad que provoca la escena, a los que miramos de entre los viandantes indiferentes, no nos la podemos permitir, y si guardarla para los seres humanos. La compasión hacia los otros reinos pertenece a los deberes de supererogación, y sería blasfemia considerar que un hombre dios murió por las otras especies. Sería blasfemia aunque no creyéramos. Pero no siempre lo debido a lo conciencia es lo que se manifiesta en nuestro interior, así que confesemos que una lasitud impropia se apodera de nosotros, que somos cuerpo ante todo, cuando vemos a dos animales arrojados en el campo de batalla, entre el calor de junio y la calle sucia, uno de ellos muerto y el otro cerca. Carroña si, y maldita, pero monstruosamente próxima.

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No se debe caer en el dualismo radical, ni en esa indiferencia ontológica que tanto se le corresponde.

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