13 de marzo de 2012

Cuestión de principios

La pobreza no envilece. Yo fui y sigo siendo bastante pobre. Y sólo tengo agradecimiento. Lo que tenga de vil, por otro lado, si lo tuviera, no me viene a causa del bolsillo. Se puede tener menos peculio que una rata, vivir en una chabola perdida en medio del campo, sin luz eléctrica ni agua, pero al lado del mar más azul de nuestra civilización, y aun así cumplir y llevar cada día los hijos a la escuela. Quien cumple con los hijos para mí es rico, en el único tesoro que importa, el que se aloja en el hueco del corazón. Sin embargo, sí que encuentro algo de envilecedor: en estas buenas gentes, católicos muchos de ellos, que sostienen que facilitar el despido, y asegurar la disponibilidad y empleabilidad de los seres humanos, irá en beneficio del empleo (por una de esas paradojas hegelianas de la economía neoliberal que yo ignoro). En beneficio de su pan y sal, sin los cuales el amor se ahuyenta del alma... Porque del infierno en esta tierra viene el reino de los cielos (arguye el teólogo); de tu despido ahora, mi limosna mañana (el empresario). Suerte tienen de que no habrá dios, que si no los echaba a latigazos de la ciudad.

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