20 de septiembre de 2011

Un mal docente (y peor persona)

Va por Vd. Dª, y por los otros:

He necesitado nada para que los alumnos de *** se me subieran a las barbas. Me conocían. La confianza un asquito.

He necesitado dos clases para el mismo resultado en mi tutoría de *** (has de saber, improbable y nunca bien ponderado lector, que también pertenezco al mastodóntico y tres veces meteórico cuerpo de tutores, casi lo del ojo y lo llevaba en la mano).

Lo más milagroso, y por ende mismo inexplicable tout court: el primer día los alumnos de 2º de bach. de ciencias me escucharon en silencio y atentos toda la hora. Sin duda es que no me conocían. En todo caso yo hice lo que consideraba mi deber y me ofrecí a colaborar con la inspección educativa por si mi conducta fuera constitutiva de delito o cosas más peores. Hoy ya las cosas han mejorado: me ha parecido atisbar signos de atrevimiento en mis alumnos, propendiendo muy maliciosamente a descubrir mi ignorancia. Cosa que no tienen difícil.

La clase que di ayer a primera hora en el 2º de bachillerato de sociales me la tenían que haber descontado del sueldo o haberme dado de baja ese día por grave alteración psicofísica. No me salían las palabras de la mente o del cuerpo. No se puede dar clase sin haber dormido: a causa del insomnio, y no de conductas ignominiosas nocturnas. Vaya esto por quien se piensa que dar clase es sencillo. Si no has dormido, pos que no. Y eso que me tiré el fin de semana mirando esas cosas que se llaman libros y que los que no son docentes, y justamente porque no lo son, parecen habérselos leído todos y mantener por ello una suficiencia fetén y alucinatoria antidocente.

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