6 de marzo de 2011

Tantas veces

Tantas veces como caigo, la salida es la misma: dejar de obsesionarme por el sentido, mirar a otro lado, y entonces el sentido se entrega. A la proposición nunca se la debe encarar; los pensamientos, mirados de frente, resuelven los ojos en piedra. Lo cual significa que no hay una verdad firme (con cemento cartesiano) sino un p. de v.- oblicuo, de soslayo, en fuga, doblando la esquina, etc.


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El significado nos hace, realmente, un favor con este su comportamiento despreciativo. Puesto que al final nada vamos a tener, un cuerpo desnudo que se deshace y que se olvida, mejor que ya lo vayamos sabiendo por el comportamiento de los menudos sucesos del mundo. I. e., el lenguaje que hablamos y que al ejecutarlo públicamente, al reiterarlo, nos invita a la idea (tentación de endiosarnos en el fondo) de que ahí, en nuestra conducta de hablantes y nombradores, se encuentra una sustancia que es nuestra, que descorremos velos para siempre. Cuando, en realidad, una verdad descubierta lo que hace es desplazar (reprimir, preterir en el mejor de los casos) otra verdad. Juego de suma cero. A pesar de la tecnología.

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Quizás no existe una conciencia moral pura, una deontología a priori en el adn del hombre común. No obstante: la conciencia de lo correcto y su reverso se da como una constante (innatismo) en la humanidad. La propensión al bien existe, aunque se renuncie. Esa carencia de afirmación, defecto de la voluntad, también constituye pensamiento- y certeza cartesiana del que yerra. Peco ergo sum sive existo.

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