15 de marzo de 2011

A veces

En mis mejores momentos siento que podría cantar a lo que hay. El mundo es amplio y hermoso para quien tiene paciencia y sabe mirar. Huir de la sombra, de los equívocos, de los falsos abrazos. Ocurre que la memoria me traiciona y se echa a andar por su cuenta. Parecería que el sueno hubiera llegado, con su automatismo ideal. [La máquina de soñar, disponiendo mundos alternativos que nos hacen dudar seriamente de si estaban en el cálculo eterno del Hacedor, el inexistente, son la mejor prueba de la falsedad del sujeto y sus atributos--- un agente libre, un pequeño soberano, a imagen del grande. El sueño se derrumba.]

La memoria me traiciona, destrozando el compás del tiempo. Me alzo desde lo falso. Los engaños me liberan. Estoy hecho de una voluntad que, en sus mejores momentos, querría ponerse a andar. Cualquier ruta de las existentes, cualquier camino o existencia. Con tal de que en ella no hubiera ningún ocultamiento, como en la tuya. En una existencia transparente no hay vergüenza porque la verdad más profunda la puede compartir cualquiera. Me refiero a los asuntos que, planteados como límites del discurso, acaban disolviendo una amistad. En realidad nunca se hizo esa amistad, se malogró por lo oculto. Las fronteras no suelen ser buenas--- ni entre personas ni entre países.

Mi espíritu -sí, tengo uno- vagamente jacobino abomina de las diferencias marcadas, de los tatuajes, de lo singular que enfrenta pretendiendo poner por encima. Jerarquía. Mi espíritu vagamente liberal abomina de los rangos que esclavizan a quien se deja--- dinero, belleza, fama. En el Jardín los amigos discurren abiertamente, exentos del temor a la muerte, a los dioses, a los hombres, al mismo temor. Mi espíritu vagamente epicúreo abomina de los espacios donde hay un amo que necesita un esclavo, donde existe un esclavo que está deseando -quizás pidiéndolo a voces- un amo.

Si lograra para mí esa existencia transparente -liberal, hedonista, auténticamente democrática- podría emprender cualquier ruta que se me ocurriera, dispuesto a contar lo que hay. Lo verdadero, no esta costra de falsedad y de máscaras que envenena los días de los hombres. Podría pasear, sí. Mirar las nubes, una brizna de hierba, atender el silencio del molino en el fondo del valle. Si me encontrara con los campesinos que vuelven por la tarde a su casa de la tarea, si me encontrara, en sentido contrario, por el camino a alguien que va a la ciudad a recibir un homenaje, les saludaría, qué duda cabe, sin atarme a ellos, nada más que observando, deseando llegar a cualquier fonda para ponerlo por scrito.

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