26 de noviembre de 2010

La destrucción de la edad

Penélope teje sus historias y yo (un pobre racionalista) embrollo los hilos. Mantengo desde hace mucho una convicción sincera, una certeza sin fisuras y una voluntad de hierro: no está la medida de mi ser en apreciaciones ajenas, que me son por completo indiferentes, ni en realidades ni en posibles. Cojo lo que me dicen y lo ensarto en palabras que da igual que confundan la intenciones. Ahí está mi norma. Porque las intenciones morirán, mucho antes que los huesos, pero no caerá nunca esta experiencia de mi ser total, indistinto con la naturaleza, esta experiencia de que mi alma vuela cuando tengo diecisiete años (leo el Fedón), pero que mi destino no es todavía que ella (mi alma separada) permanezca en el trasmundo soñado. No, no caerá, porque yo soy Nadie y Nada, salvo el portavoz de vuestras palabras, el Único que libra la experiencia del polvo y la disolución en olvido.

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