23 de septiembre de 2010

Oh desasosiego

... Esta vida eterna de las tabernas que acepto y que sufro: los escasos parroquianos viejos de la barra, la camarera manipulando botellas vacías, el cocinero en un silencio interrumpido por sus apariciones, la pareja de enfrente. Yo, mis frases---

Ahí al fondo, en una esquina, un hombre come solo. Un hombre solo puede beber el vino de las tabernas. Quizás así olvide o recuerde: su infancia, sus paisajes, las gentes que fue conociendo y que todavía no ha acabado de olvidar. Un hombre solo bebe y lo respetamos. Pero no es bueno que un hombre solo coma solo. Una persona así constituye el fracaso de su ciudad, en su ciudad. Yo lo estoy mirando, sé que en parte lo conozco. De algo, de otro tiempo, que yo ya he olvidado.

Ocurre que, al mirar a un hombre, como yo hice, este hombre te lo entrega todo en la mirada que te devuelve. Te lo entrega todo o no te entrega nada y yo no sé interpretar los ojos. Un hombre solo, habitante de las tabernas, mon semblable. Yo no sabría decir si es que he de tener piedad con él. No lo conozco, o lo conozco de un tiempo ido y ocurre que ya lo he olvidado. Ignoro cuándo llegó a mi vida, lo mismo que he terminado por no saber el daño que se hace, esa vocación que tiene por los licores (?) fuertes, por las pasiones intempestivas. (Un bufón conocido se adueña del plató de la TV. La caverna en las tabernas. Nadie hace caso, aquí, al bufón reconocido y su cháchara enlatada. Menos que nadie, el parroquiano que dice yo, mira y escribe sus frases y así va desgranando el tiempo.)

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