25 de septiembre de 2010

Diwan

No fueron dichas para ti. Decretadas por un engaño el destino, de esa lluvia inesperada tú te tuviste que quedar con la promesa de las flores. Pero las flores se marchitan, y encierran al caminante en su hálito venenoso. Lo condenan a no nacer nunca, a ser entre dos mundos, a la angustia.

El caminante se interna en el bosque, y sueña que habita en un palacio de salones vacíos que retumban. Este bosque, palacio: su alma, un ruido de voces entre tanto ruido. La ruina de las promesas, un despertar incierto a las realidades, de las realidades.

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