31 de agosto de 2010

Para mi no-investigación sobre autoficción, II

Escribí esto, illo tempore:


Esto es, el espacio puede poseer también un valor distópico -negativo- si el narrador se quiere referir a lugares de la infancia o juventud identificados con la parte negativa, represiva o solamente triste de  la escuela, la religión, las relaciones familiares, la enfermedad o la muerte. En el límite, si detrás está la maldad más absoluta.

Así, la sociedad espartana-deportiva, soñada, que describe minuciosamente Georges Perec en su W o el recuerdo de la infancia es, y lo sabemos al final, la alegoría del fascismo del que se nos han dado retazos en su contrapunto autobiográfico, que constituye la parte referencial del texto. Respecto a esto, Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo (1951), identificó las reglas de la total posibilidad presente en los movimientos totalitarios de nuestro siglo recién pasado, en especial en la tercera parte del libro, "Totalitarismo" (1974: 383 ss). Pues bien, son las mismas reglas de la sociedad deportiva de Perec y coinciden, a la hora de su fundamentación, sospechosamente, con la aventura de posibilidades de ciertas éticas existencialistas o vitalistas disfrazadas de ontología: Heidegger, sí, y por qué no Sartre, por qué no Ortega también (Th. W. ADORNO, 1987; V. FARÍAS, 1989).[1]

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[1] Pienso que no debe ser casual que Perec sea también autor de La vida, instrucciones de uso.

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Me cito, qué más da. ¿Quién se va a dar cuenta? Se trata de una obra nonata. Matemos ese cerdo.

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