18 de mayo de 2010

Páginas no, II

A causa de esa sensación de rareza, no sé si antes o después, uno decidió llevar un Diario (lo pongo en mayúsculas para no dar a entender que yo decidí llevar un periódico bajo el brazo), como millones de adolescentes estrafalarios (o sea, prácticamente todos; estrafalarios, quiero decir). Me daría vergüenza releer ahora las tonterías de entonces, como me da vergüenza (aunque me la aguanto) referir mi manía de diarista adolescente. Espero que no haya ningún cuaderno del crimen por ningún sitio. Demasiadas mudanzas, no solamente de la fortuna, deberían haber acabado con esa posibilidad. Puesto que cuando se cambia de lugar se tiende a quemar papeles innecesarios.

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