31 de mayo de 2010

Décadence

En la tercera entrega de los Relatos de Kolimá de Shalamov (Minúscula, 2010) viene uno bastante largo (setenta páginas: un reportaje que parece una novela corta, o a la inversa) que, con el título "Los cursos", rememora las enseñanzas que el autor/protagonista recibió en prisión para formarse como sanitario (el gulag era un mundo). No me voy a hacer cruces por la maestría de Sh. trayendo a su memoria y al texto los nombres de los profesores y las asignaturas que impartían. Va de suyo, la maestría: la sencillez, la neutralidad, el agradecimiento cuando conviene. Un ejemplo nada más. El relato empieza así: "Antes que nada: A los hombres no les gusta recordar lo malo. Este rasgo de la naturaleza humana hace la vida más llevadera. Comprobadlo en vosotros mismos. Vuestra memoria se esfuerza por retener lo bueno, lo luminoso, y olvidar lo duro, lo oscuro." Así sucesivamente. "Lo bueno" para Shalamov fueron los cursos para sanitarios (“practicante”; dos años de estudios concentrados en ocho meses, si no me falla a mí la memoria). Porque le salvaron su vida, al librarlo de los trabajos más duros (y que como duros y mortales habría que olvidar; ¿amistad?: allí no la había, escribe). Porque se libró (igual que otros no) tenemos esta obra maestra de la literatura y la ética. Shalamov predica con el ejemplo: recuerda a cada uno de sus profesores y sus enseñanzas. Predica contando ahora; también predicaba cuando recibía las enseñanzas de esos cursos para sanitarios que salvaron su vida y la literatura, y que aunque él no lo pretendiera dieron alas esperanzadas a la ética. ¿Os imagináis que seres al borde de la muerte, que hombres y mujeres más muertos que vivos de la muerte blanca en la misma entrada del círculo Polar- que estas gentes mayoritariamente inocentes de todo mal, condenadas por la utopía de los canallas, que es lo que suelen ser las utopías, se entregaran en cuerpo y en alma al estudio? Imaginadlo porque fue real. Estos hombres y mujeres vieron la luz en el saber, cifraron todo su interés en él, en el conocimiento médico, en la salud y en su propia salvación. No era solamente cuestión de rehuir los trabajos más duros, de obtener una formación para ponerse a cubierto. Si hubiera sido así Shalamov no lo recordaría como "lo bueno", como aquello susceptible de ser contado con alegría porque era motivo de ella (en un lager, repito). Y no me hagáis comparar, ahora, esta santa vocación por saber que ocupaba todas las horas del prisionero, renunciando a las pocas diversiones que allí se podían encontrar, no me hagáis poner frente por frente esta entrega y esta esperanza con el estado de las instituciones educativas, desde la escuela a la universidad, en los Estados muelles que se creen que tienen alguna libertad sin haberla peleado contra nada ni nadie.

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