18 de febrero de 2010

Sobre Pedro Salinas, comentario libre

Leí por primera vez el libro de P. S. hace cosa de cinco años. Entero, no una antología, Lo leí en un café que hay cerca del puente viejo. Ha pasado desde entonces un mundo y no ha ocurrido nada. Ahora estaba en otra cafetería (iba a escribir estoy, pero ya no. Menciono, al pasar, que mi memoria es una herramienta infame y veleidosa.) Tenía 38 años y no era ningún niño. Ahora tengo 43 y no estoy nada convencido de ser un hombre.

Sí. “Tú vives siempre en tus actos./Con la punta de los dedos/pulsas el mundo…” Eres dueña, al albur de tus manos.

La luz viene de ti, autosuficiente. No estás hecha para el amor, para necesitar. Tú no precisas de nada, con la apariencia en la que te recreas te basta. "De tus ojos (...) sale la luz", no del ser, pues nada hay antes, sino que tú lo dispones. Quizás por eso mismo eres dogmática: "Tú nunca puedes dudar". Pero sí que te equivocaste con una apariencia una noche: "Y era yo". Una sombra, por primera vez, un capricho.

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Cultiva la posibilidad: abre todas las puertas, déjale paso a los misterios. Pero tú disuelves el enigma en claridad: arena, reloj, cuerpo.

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Sin embargo, sé que es inútil juego, que yo no debo esperar. No se busca, sucede. Buscarlo lo aleja. Erige, el buscar, "murallas, nombres, tiempos". Las mismas que quiebra su libre presencia, Amor. Derribando la materia, los acontecimientos.

Ni nombre ni imagen busco, te busco detrás de la máscara [las fotografías solamente son para cuando la memoria peca y confiesa su flaqueza]. Un nombre, dicho por otros, objetivo, social, representa igualmente una máscara. Metá ta phenomená, metá ta psyché.

Una sombra, ay: "No eres lo que yo siento de ti".

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