20 de febrero de 2010

Me acuerdo de que

Oía los pasos lentos, aproximándose a la puerta de la habitación, su alegría encendiendo la mía... ¿Cómo, Dios mío, podría yo haber olvidado esto? De veras que no podría. Yo no necesito más que un poco de confianza, que me pinchen con una palabra, que yo la estire, y sorteando las lágrimas -soy un sentimental- pueda volver de nuevo a la imagen imborrable. No hay nada, si lo pienso bien, en realidad, en la escena que rememoro, que vaya a ser sustancialmente diferente de lo que cualquier ser conserva, en su memoria, de sus padres. Lo que sucede, creo también, es que yo siempre estoy en otra parte, así que recuperar esa imagen común, padre e hijo, me hace en cierto modo volver en mí y me llena de orgullo. Ocurre también que ahora ya no puedo restituirle las caricias. Él, ella también, se ha convertido en nieve, que es la materia sutilísima que cae en mi memoria cuando yo lo traigo a ella.

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