6 de febrero de 2010

Imperativo

Huir a escape del yo. También de sus instantes de humillación. Sobre todo de éstos, de sus momentos de implosión. En efecto: reducido a lo minúsculo se tiene la tentación de irradiar un dios.

(Hasta aquí, podría pensarse, llega el principio de razón suficiente: esto es, a imaginarse que la teodicea concierne al infinito, por una parte, y a cada particular, por la otra. Sin mediaciones conceptuales ni metahistóricas.)

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