25 de diciembre de 2009

Procrastinación


Va a ser eso. Lo de Amiel. Neurosis obsesiva, dejadez y abulia, inmadurez, depresión, incapacidad, soledad. Compensado por la escritura, a través del gran equívoco consistente en sustitur la vida por la narración, la existencia para ser contada. No había razones para escribir un diario (dentro de la norma social, médica, filosófica, etc.), pero una vez escrito basta con la ambición del intérprete para trasladar (oh sinecdótica generosidad!) la enfermedad individual al malestar antropológico moderno, esa infernal soledad que aun en los valles recónditos se siente a ciertas horas. Vendrá luego el feedback reparador: la conversión de una sintomática ontológico-social, de esta semiología clínicamente sesgada, en una práctica de escritura consciente. Está el diario, los ladrillos; ¿por qué no la casa de la autoficción? Pues ya no importarían los acontecimientos, ni como signo ni como sucedáneo ni como nada; no quedaría otra sino el ego fictus y el contagio proporcional de todos sus sucesos, res fictae (Le Rider, naturalmente, el autor del párrafo citado.)

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Andrés Trapiello, conferencias en la F. Juan March. Más tarea para mis orejas.

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