20 de diciembre de 2009

¿Jugamos a Amiel?

(Al hilo de un libro sobre Amiel, o del incumplimiento de la promesa de la vida y el arte)

No jugamos a nada. Una seriedad mortecina nos entumece, igual a las tardes frías, los finales de las historias o las vísperas de todo y de nada. Pienso en otras épocas, en Cernuda, Salinas o Aleixandre: ¿quién se atrevería a decir entonces que un beso primerizo contiene la seguridad de un no? ¿Por qué no, en vez de eso, la serie de los besos sucesivos en que los labios se prueban y se rectifican las almas en su apreciación? Quien ha amado no puede ya dejarlo (qué poco significan los engaños!), y no se le puede tener demasiado en cuenta la insincera facilidad de los acuerdos.

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Me doy perfecta cuenta de que un liberal prosaico como yo lleva en su persona el aliento poético de una piedra, y una vocación inmarcesible por la autoficción escritural.

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