16 de diciembre de 2009

Amielismos

Podría escribir yo que no me gusta citar. A Cioran, menos que a nadie. Por varias razones. La primera de las cuales mi desconocimiento general del pensador rumano-francés. Podría, pero por eso mismo, por mi ingenuidad desconocedora, puedo citarlo:

No se minan las razones de vivir, sin a la vez minar las de escribir (Cioran, Ese maldito yo).

En el límite hay que concederle la razón. Si no existe motivo para ningún acto, tampoco para el de la escritura. El lujo no ha de superar la necesidad. Pero hasta entonces... Si los motivos van decreciendo conforme a una magnitud discreta, podrá imaginarse que existe otra magnitud (¿cómo la llamaríamos?; ¿esperanza?, ¿alegría?) que va decreciendo en una proporción mucho mayor. Llegará un momento en que no haya nada que impida levantar la mano contra uno mismo. Ahí la verdad de Cioran. Hasta ese momento (según mi ingenua trampa pseudopascaliana) las razones para escribir van tendiendo al infinito. ¿Afectaría eso a la única cuestión filosófica?

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