12 de octubre de 2009

Suspicacia

El hambre de los cultos, de aquellos que se han fabricado una obsesión por el procedimiento de centrar su vida en las ideas, sin siquiera platonizarlas, retorna cíclicamente (el hambre, digo) como necesidad de inventarse un autor desconocido.

Los lectores, ciertamente, están más que acostumbrados (hartos se diría, mejor) a los monumentos al autor desconocido (hasta el momento en que es descubierto por el oportuno editor). Acostumbrados o hartos, siempre caen en volver a adorar y emocionarse con el descubrimiento. Son dados a adorar, los cultos, los lectores.

(No está lejos esta búsqueda ansiosa, de un producto intelectual insospechado y por ello precioso cuando fulge, del movimiento mental que va desde la autobiografía hacia esa tentación de mentir o completar la realidad que representa la autoficción.)

No hay comentarios: