7 de mayo de 2009

Nietzscheemos

Qué difícil que uno le diga a otro: -Por ti y lo que valoras no siento más que desprecio, y este asco quiero que lo conozcas. Así como su eternidad sin reverso.

Demasiados años de educación cristiana, paz, piedad, perdón, olvido, etc. han depositado una capa de aceite en nuestro camino. Así que nos pegamos el gran trompazo en cuanto somos valientes. Que normalmente no lo somos y acabamos guardando para nuestro interior miserable, embadurnadas sus paredes de conceptos malolientes de arañas, ese asco que nos provoca ese asunto que accidentalmente sabemos (nuestra ingenuidad o bonhomía mueve a esas inconvenientes confesiones).

Así que somos discretos y nuestra íntima repulsión (nacida de que en un remoto lugar todavía nos preciamos y demandamos respeto) no la decimos y no la conoce nadie, y por la calle no hay un halo de luz negra que nos circunde y que haga a las buenas gentes temblar al paso del mal que nos corroe. Al contrario, somos tan exquisitamente educados que ninguna violencia, ni verbal, podría esperarse de nosotros. La verdad es que produciría un malestar añadido...

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