4 de abril de 2009

Lo que España debe a Europa

La solidaridad franco-española y la memoria histórica:


La imagen y el "costado" de foto figuran en el muy recomendable "breviario" de Paul Preston sobre la guerra civil española (La guerra civil española. Una historia concisa) que acompaña al número de la revista Historia y vida. El informante del trato que dio el gobierno republicano francés a las rendidas tropas españolas, nada más pasar la frontera, es Gustav Regler, un comunista de las Brigadas Internacionales (al que, por otra parte, parece que se le cayeron las vendas de los ojos con respecto al país de los sóviets). En la p. 207 vienen reproducidas las palabras de Regler, con la trágica incomprensión de los españoles, que no se esperaban la cálida bienvenida de tan ilustrados vecinos. Algún malintencionado podría sostener que los españoles fueron tratados como perros; o peor, porque los perros no llevan macutos para que se pueda vaciarlos y arrojar su contenido a depósitos de cal viva. No seré yo el malintencionado que por alguna inclinación aviesa lance la especie, cuando además la mayoritaria participación de los franceses en las Brigadas Internacionales (según informa el mismo Preston, el contingente mayor venía de Francia) cabría que diera pie a una inducción mucho más bella: que los policías y mandamases franceses que trataron como animales a los fugitivos de una guerra perdida por parte de un régimen, prima facie democrático, no fueran más que la excepción de una regla de general simpatía hacia los españoles por parte de nuestros vecinos del norte. Me parece que algún signo reciente hemos alcanzado de eso.

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En el capítulo que Beevor dedica a "Los exiliados" (en su obra sobre la guerra civil, ed. Crítica) aparece directamente la cuestión del recibimiento, por parte del gobierno radical-socialista del heroico Daladier, de los republicanos huidos de España. Tuvieron, entre otras, la consideración de concentrarlos (pensemos en los días previos al gran partido de fútbol, no en un lager) en playitas, como la de Argelès-sur-Mer, batidas por vientos de cuchillo en marzo que no libraban de la humedad y la neumonía, aparte de las medidas higiénicas: inexistentes. Para que el entusiasmo no cundiera entre los nuestros, pensando en escapadas a la búsqueda de la amistad de los paisanos, tuvieron la prudencia de orlar el terreno de la acampada con alambre de espino y ruidosas ametralladoras (nos informa un brigadista letón sobre el campo de Saint-Cyprien). Pero todo esto es repulsivo...

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