4 de enero de 2009

Ese demonio de filólogo...

... que desde Nietzsche portamos a nuestras espaldas, volviéndonos todavía más pesada e incomprensible la tarea de existir, expresa sus preferencias, sus (¿dos?) deseos, Desi y Derata:

Una versión española digna de un texto fundamental en la autocomprensión de la ratio moderna (tecnociencia), según mantiene Martin H. en La pregunta por la cosa. Ese texto son las Regulae cartesianas, póstumas: un libro del Barroco (los franceses querrían engañarse con el Clasicismo) que ve la luz con los primeros deslumbres de la razón en el siècle des philosophes. Lo que quería Descartes, aunque ya muerto él: lumen naturalis.

En 1978 (?) apareció en Martinus Nijhoff una versión francesa de J.-L. Marion* que sospecho que puede ser la edición adecuada, pero es casi inencontrable tanto en rebiun (la red de bibliotecas universitarias) como en iberlibro (carísima además, a unos precios que un filósofo de cinco euros la botella de tinto no puede permitirse). La española que yo manejo (de Navarro Cordón, en Alianza), y que en su versión de 1984, quiso, parece ser, superar el récord mundial de erratas, necesita una franca puesta al día**. Circula también por iberlibro la traducción del latín que hizo en 1935 para la Revista de Occidente el sacerdote y filósofo Manuel Mindán. A buen precio.

Considera, por último, el pesado filólogo in nuce, que las notas al pie son como las especias para el filete textual. Dios se apiade de su alma de cántaro.

*Escolar y Mayo ha publicado recientemente en España el estudio de este mismo francés sobre las Regulae. No lo pude encontrar, atascadas como estaban las librerías con las últimas bazofias espirituales, que no dejan lugar para otros libros. Muy cultas, eso sí. Las bazofias. Que el descuidado Hacedor nos pille confesados.
**Seamos justos: no he podido ver, no he podido encontrar, una reedición posterior, que las hay.

***

Piadosos deseos para el nuevo año.

Para comentarlo en clase, para descreer -después, razonando un mínimum- de prospectivas. Se cambia, pero la dirección del cambio es imprevisible. La Historia, la materia escrita, va recogiendo la sorpresa continuada. Excepto que los ss. hh. no cambian.

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