31 de diciembre de 2008

Prometeo, la nuova scienza, Robinson Crusoe

Según las Regulae (VIII): la madera, la piedra; luego el yunque y el martillo...

Según la luz natural y las intenciones autodescubiertas...

«Este método [El examen de la extensión de la razón debe empezar por el reconocimiento de aquellas verdades más elementales y fáciles] imita a aquellas artes mecánicas que no necesitan de la ayuda de otras, sino que ellas mismas enseñan cómo es preciso fabricar sus instrumentos. Si alguien, pues, quisiera ejercer una de ellas, por ejemplo, la del herrero, y estuviese privado de todo instrumento, estaría ciertamente obligado al principio a servirse como yunque de una piedra en lugar de martillo [sic; ¿?], disponer trozos de madera en forma de tenazas, y a reunir según la necesidad otros materiales por el estilo; y después de preparados éstos, no se pondría inmediatamente a forjar, para uso de otros, espadas o cascos, ni ninguno de los objetos que se hacen de hierro, sino que antes de nada fabricará martillos, un yunque, tenazas y todas las demás que le son útiles.» (Descartes, Reglas..., VIII, según la trad. de Navarro Cordón en Alianza ed., 1984, pp. 103-104)

¿Hemos leído bien? (Los ojos engañan a veces y una mente turbia oscurece aún más las interpretaciones, como reconocen todos los enamorados.) Vendrá toda nuestra soberbia de tecnólatras y socialdemocráticamente tibios (manipulables hasta el tuétano) del olvido de un paso mágico, que parece un imposible, desde la naturaleza a la técnica.

Vendrá a causa de una donación olvidada.

El hierro a partir de la madera y la piedra...

Un Robinson soñado vive en el proyecto cartesiano. Anteproyectado. Un sujeto que se las apaña epistémico-técnicamente en Solusipse Island. Un ser que de lo simple y menos apto, lo elemental, construye la babel cientifica. Sí: por analogía con la técnica, existente virtual en la madera y en la piedra, hállase la mathesis potencialmente universal, potencialmente tecnológica a rabiar, en los rudimentos de saber del niño y aun en sus balbuceos. Según la misma VIII de las Regulae.

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