22 de noviembre de 2008

El mandarinato


Si yo tuviera que contar a mis alumnos, desinteresados, lo que yo creo; esto es, si tuviera que ponerlo en forma de narración para aclarar o aclararme a mí mismo, el primero confundido, tendría que referirme a la historia, ésta si cierta, de cómo algunos saberes emergentes han ido parasitando el declive de la razón. Escribo saber, para que se piense en Platón y lo perdido, pero mi intención es la de significar epistemes, para que se piense en lo que no se ha ganado.

En un mundo histórico en el que fueron cayendo los grandes ídolos (Dios, Ser, Razón), cayó también, y calló, la firmeza o rigor del pensamiento. Ese nicho ecológico vaciado vinieron a ocuparlo las distintas especies de científicos sociales, teóricos y prácticos, el siguiente aún más enloquecido que el anterior. Pero a la era de los psicotécnicos y la producción seriada le convenía este tipo de sacerdotes ideólogos. No lo digo yo: lo mantendrán Comte y Taylor, si quieren. Hechos, no valores! Obras, no amor. Pero junto con el orden cayeron las categorías de la sensibilidad (no tengo que recordar que la ciencia social se produce al socaire del olvido más terrible de la historia europea: el del criticismo kantiano), el espacio y el tiempo, en las calles y en los cuadros, en el exterior como en el interior de las casas.

Por esta razón, puesto que surgen nuevos mandarines al respecto (pintores, arquitectos, diseñadores), habrá que considerar que su simple relacionarse con y hablar a los hombres vulgares ha de entenderse como la visita condescendiente de un dios (se deduce de mi extraordinario Giedion -¿para cuándo reeditado?-, con la salvedad de que soy yo el que deduce, mal deductor).

Dioses Le Corbusier, Alvar Aalto, Mies van der Rohe, Gropius, etc. Cómo extrañarnos de que las opiniones plebeyas vayan por otro lado, de que al cabo se enteren de la trampa que les quiere encerrar en la galera de la producción y el consumo, no ya en la caverna de su ignorancia con cadenas, sino con la decoración y espacio de los sirvientes del progreso.

Yo puedo soportar mi esclavitud natural, dirán, mas no mi esclavitud organizada, dirían si pudieran. No han salido al exterior para pesar la verdad o lo real, sino que el mundo insustancial ha entrado en lo más hondo. Así tienen galera y cine. Alguno de ellos, escamado o con visos de intuir otra cosa, la que sea pero otra, pedirá dinamita para la cueva (vid. Tom Wolfe).
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"La quiebra de la razón filosófica exige el fomento de la irracionalidad pictórica, y artística en general".
¿Está de acuerdo con esta idea? ¿Se podría considerar que la fuga hacia delante de las vanguardias se mantiene en el mismo concepto de progreso en apariencia denostado? ¿Que, por lo tanto, no hay un cambio, sino una farsa conveniente?

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