28 de septiembre de 2008

V. B.

De entre la niebla, para perderse luego mejor en ella, surge el castillo en lo alto del precioso pueblo. De éste son amenísimas sus aterrazadas vegas, como para perderse en ensoñaciones románticas el caminante. Aunque dolorosamente se percibe que el tiempo y la ruina de los potentados del lugar han contagiado de sueño la vida del antiguo pueblo. Aquí, en este sitio de ideal retiro, sólo el turismo podrá traer el progreso, con sus edificaciones nuevas que miran a la naturaleza. Pero justamente ese consumo y los coches que lo facilitan, y envenenan de ruido el paisaje, disuadirán quizás al caminante, sorprendido cuando sube la cuesta que lleva al castillo por el ulular de extraños pájaros en la torre de la iglesia, antes mezquita, derruida, disuadirán, a ver si lo digo, de entregar sus días a un romanticismo de ruinas y fotos en blanco y negro.

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Obstáculos bartleby(i)anos:

Un impedimento para viajar, y seguro que el problema está en mí, en otra cosa que no conozco o no reconozco, es el anticiparme yo mismo que, por raras que fueran las casas y las costumbres en otro lugar, no me costaría demasiado adaptarme y descubrir su igualdad e idéntico hastío en los seres. Me reservo el paisaje como posibilidad de que no sea así, de que me sea legítimo esperar novedad a mí también. Lo que sucede es que mi íntimo enemigo, el espíritu de mi incapacidad de ponerme en marcha, me susurra que ni aun del paisaje natural debo esperar consuelo, porque no tendría, por qué razón no lo sé, el punto de vista adecuado que sobre el agua, la tierra, los árboles dan los artefactos técnicos.

Podemos viajar, mónadas en tránsito, también puede ir de un lado a otro la inmaterial información que se producía o se recogía en el recéptaculo espiritual, antes de denominarse "información"... podemos transportarnos de un sitio a otro. Entonces ¿por qué yo no puedo? ¿Por qué yo no quiero?

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