6 de agosto de 2008

Cartas al director

Hay cartas de lectores que son inquietantes por lo que revelan acerca de la mente que guía la mano que escribe.

Cartas que contienen un rechazo del bien moral y legal, al que han sustituido por un dudoso -para mí- compromiso con los que infringen las reglas (de todo tipo: del código de circulación al homicidio).

Cartas que olvidan la presencia, la presencia normal, de una inteligencia que conoce el sentido y las consecuencias de los actos. Que conociendo el bien deja que la voluntad quiera el mal.

Cartas de comprensión de lo aberrante, por aberrante que sea. Que no solamente piden la segunda o enésima oportunidad, sino que piden mi compromiso, nuestro compromiso (¿por qué no mi amor, el amor de todos?) con el infractor, por aberrantes que hayan sido sus actos. ¿El infractor no ha sido, en sí y en su libertad, igual de aberrante?

¿Cuál es el sentido de las leyes? La retribución parece que no; parece que la caridad.

Pero ¿qué disparate es éste? ¿Tiene que tener el judío compromiso con el nazi? ¿El preso del gulag soviético con el bendito PCUS?

Yo no sé por qué se tiene que ofrecer la otra mejilla. Y si no se ofrece es que el otro se ha tomado el derecho. Pues que pague por el derecho, quebrantado.

Pocas cosas habrán hecho más daño al concepto de la razón y la libertad humanas (ilustradas, europeas, universales) que la secularización sociológica del sermón de la montaña. Pero éste bienaventuraba a los sufrientes, no a los malditos.

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