28 de julio de 2008

Autoficción: Qué portentosas...

... memoria e inteligencia las del Sr. Académico (oui, noblesse oblige), capaz, in illo témpore, alumno de 1º de ESO en tránsito veraniego a 2º, de sumir en dialéctica desesperación al Pater conciliador del Instituto (religioso).

Desmond Morris, el Darwin del Beagle (y posterior narrador de la peripecia), pero también el del Origen de las especies, son convocados para servir de artillería no ya contra el nacionalcatolicismo que abreva en tomista fuente, sino contra la integración de evolucionismo y teología de mano de la inteligencia jesuita de Chardin. Aunque uno de los argumentos del púber incrédulo (agnóstico, dixit) sea perfectamente coherente con la forma argumentativa de Teilhard. Sólo que, en su carácter de contraprueba muy técnica para la edad del objetor, manifiesta la sorprendente madurez de éste.

E invita al teórico a pensar en la posibilidad del texto de autoficción no como un artefacto de (para la) invención de un sistema alternativo de proposiciones de la experiencia -una experiencia inventada, en suma-, sino como un artefacto de (para la) depuración de esa misma experiencia.

En este sentido el texto autobiográfico recibirá también la calificación de autoficticio: si se estima que la memoria es imposible. Si es imposible en cuanto equivalencia actual de la experiencia desaparecida.

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