10 de julio de 2008

9-7-2008

Hacia el final de Dignum est, O. Elytis, un hombre ya maduro, que tenía que haberse desencantado de la infancia y el sueño (no en vano había participado en la resistencia helénica en la II GM), emprende, digo, una celebración de lo existente: To áxión estí, Loado sea.

Repentinamente, los versos de Elytis, lejanos para mí, presentan el mundo en todo y para todos.

Amor, no. Cualquier sentido usual de la voz ha de empalidecer el canto celebratorio del poeta.

Lo hermoso y lo feo son congregados indistintos, en la obra. Para ser bellos igual. El cantor no importa, nos obligamos a pensar, comparado él con aquello que desata. Salir y dejar ser no cuenta con el que lo ha decidido. Cualquiera podría haberlo hecho, con más o con menos inteligencia: el poeta no es ningún gerente del mundo; deja mostrarse lo que ve, sin arrogancia. Con una, si acaso: que lo que él ve otro podría decirlo también, libremente.

Dejar hacer al mundo, indiferente al que pasa y hasta a sus gestos de admiración. Loado sea.

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