24 de mayo de 2008

Esterilidad

Las pocas palabras necesarias parecen, finalmente, insuficientes: JRJ, Rilke, Ajmatova, los aforismos---

Están ahí, un cuadro perfecto en un museo eterno que nos deja mudos. Un museo eterno: ¿qué tienen que hacer los vivientes?

***

Gracias a esta entrada de nohalugar no se me olvida algo que yo había pensado (algo que se había pensado en mí) y que representa más bien lo contrario de la mentada tecnologización del psiquismo. Era algo más sencillo y más específico: es verdad que Internet abre un mundo o archivo de textos (empezando por los libros que se pueden comprar) que de otra forma no habría sido posible. Sin embargo, ese mundo textual podría haberse conseguido de otra manera, bastante más tradicional: librerías, bibliotecas, libros que se pasan los amigos y los conocidos, títulos de las bibliografías, etc., etc. Si acaso lo insustituible de Internet radica en la facilidad de escribir: si hubiera estado antes a mi disposición antes hubiera sido yo -y muchos- un escribidor enredado---

***

Hoy es el día. H es D. El lugar, Belgrado. La ocasión no la vieron los siglos, desde hace años. Se van a enterar los europeos, por si no lo sabían, de lo que es capaz la raza (las razas) subpirenaica. La ciencia o la filosofía nada pueden contra nuestra capacidad para el ridículo.

El Magno Rodolfo, la figura artística que un país necesita para destrozarse a sí mismo, para ayudar a arrojar al vertedero la idea de patria y de lengua. Esto lo digo riéndome para mis adentros, a sugerencia de un pequeño diablo que se me ha aposentado en el hombre y me apunta.

...

Era un país que perdió la vergüenza y cualquier traza de recuerdo de ella. Un país que se desangró en una diabólica y crudelísima guerra incivil. Que parece que se exorciza contra todo mal encanallándose, cuando no está culpando a la otra mitad de sus rancias telarañas mentales. El Magno Rodolfo no tiene culpa de nada de esto, hay que decirlo. Señor, la culpa es nuestra. Toda.

...

Era un país que despreciaba a sus maestros. Ellos también se despreciaban a sí mismos, por lo cual todo marchaba más rápido y fácil por su sendero de ruinas. En lugar de su saber y autoridad ponía la figura de una payaso mal pagado y boquiabierto, adherido a una máquina infame. El que mentía más que nadie decía que ahí, en el cacharro binario, estaba el verdadero saber y el futuro.

De un país así no hay quien se fíe, dicen los extraños.

...

Era un país que por un voto no (se) daba agua. Que estaba dispuesto a negociar con la sal, igual que lo hacía con la sed.

...

¿Dónde se fue tu idea, España? ¿Por qué abominamos de Ti? ¿Quién y cómo empezó todo, esta vergüenza y dolor continuados, tanta sangre absurda? No queremos pensar que la lengua de Dios la hablen hermanos de Caín...

...

No tengo yo más patria que mis recuerdos incompletos e inexactos, las vidas retiradas de los míos (este desconsuelo, mi tesoro, no me lo ha de quitar nadie; si acaso he de compartirlo con Dios cuando me toque). Y una lengua para decirlo y escribirlo, para comunicarme con todos. Qué más da que no te escuchen! la lengua va por su lado y ha de imponerse si es verdad. La lengua, las lenguas, puesto que son más de una y se traducen. Así es que yo comprendo el dolor de Ajmatova, por más que solamente pueda admirar la gracia de los trazos del cirílico de las páginas impares (¿son las pares?). Me basta con la traducción, me sobra para saber que Ajmatova sólo cuenta con las palabras para decir su ausencia, la de los suyos, y su angustia. Aunque las palabras en sus manos sean un arma de atroz belleza incontestable. De nuevo yo me contento con admirarla, aunque no haya Dios y hayamos de desconocernos eternamente. Porque compartimos la lengua (son diferentes, pero ya digo que las lenguas se traducen). La lengua, si es verdadera se impone.

Poco antes de morir, mi madre (que debía figurarse que a ella tampoco le faltaba mucho para dejar la vida) se lamentaba de sus dos hermanos muertos en la Guerra Incivil. ¡¿Qué había de saber ella de bandos y políticas, si lo que había perdido era su sangre?! Si había de irse, ella también, todos nosotros, yo, si había que dejar este mundo sin conocer las existencias truncadas, las cadenas particulares de aciertos y errores que se contienen en cada biografía.

Se puede ser compasivo, perdonar, todo eso. Pero que nadie me pida que abjure de la lengua (que nadie le pida eso a nadie, y que si lo hace sea maldito). La lengua es lo que compartimos, y es la hija del dolor. No llega a él, pero cifra su amor en sostener la verdad toda: de la luz y de la muerte, de los cuerpos y de la alegría. Si las palabras son verdaderas y buenas, que no dudemos de que la suma final ha de otorgarnos una ganancia.

No hay comentarios: