30 de abril de 2008

Predicaciones, or pessoana brasileira

Uno se ríe del accidente, y no debería---

Realmente, no se es tan necio como para burlarse de lo que establece la diferencia entre el ser y el no-ser: por esta razón predicar la existencia no depende la esencia de la cosa, sino de ? ¿De qué? No hay respuesta...

(Esto es, que ni uno ni nadie se ríe del accidente: todo lo más, lo ignora o se asusta, o se asombra y hace de mirón. En la cara lo único que habrá será risa congelada. Pavor.)

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Así que, si anoche hubiera explotado la bombona de gas en aquel bar -dada mi inclinación sentimental, que no excesivamente alcohólica, por estos sitios, podría considerarse accidente doméstico-, lo que uno diga o lo que uno escriba se tengan (se tendría: funesto condicional) que cortar definitivamente; luego, si la existencia de la vida humana se vincula con esos otros -mínimos y benéficos- accidentes constituidos por la escritura y la lectura (el mundo del texto), entonces, me digo y os escribo, se entiende el porqué de la insuficiencia de la proporción (sic: ratio, razón, proposición, tesis) filosófica para dar la medida de la eternidad humana; pues ésta, vocada a la aprehensión total de las realidades y sus instantes íntegros, como una disposición inmortal de la especie, tendrá que necesitar una ampliación del sentido de las palabras, como un lujo que las desliga de sus contextos inmediatos de utilidad y las va dotando de una mayor ductilidad, y a nosotros de una riqueza más grande.

Pero, ya digo, todo esto porque el pensamiento racional abstrae -innecesariamente- del tejido contingente de la vida: del azar y de los miedos y las angustias. Decirlo es inconvenientemente complicado. Entenderlo, universal.

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Otro orden, ¿el mismo?

Pequeños bloqueos mentales, que sumándose hacen perder el tiempo en asuntos que no deberían preocupar más de un segundo---

No sé: no sé si obligarme a esta tortura de pensar lo impensable (porque no merece el cuidado) me favorece en algún respecto o no. En el límite: ¿podríamos seguir considerando, todavía, que la enfermedad mental es fructífera en algún sentido? ¿Estimar la enfermedad por sí misma en tanto síntoma, incluso como la otra faz, impropia y vergonzosa, de la razón?

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