28 de febrero de 2008

El mejor mundo

(27 de febrero de 2008)

La obligación de borrar las marcas de la escritura, aun para la mala letra, implica el inicio de la renuncia al alma: la admisión y santificación del olvido. Admitamos que el texto no es nada más que un sucedáneo de la memoria viviente. Así que la palabra escrita no deberá, al cabo, mentar al autor, sino su ausencia: disuelta su individualidad en el sistema (historia) de la lengua que lo habla y atraviesa su pensar. Por eso mismo: dejémosla manuscrita, imperfecta, carnal, doliente. Sin querer mantenerla en la eternidad fría de la máquina, al mismo tiempo de ser pronunciada/escrita.

Los cuerpos enseñan: lección de G. Steiner. Lecciones de los maestros.

No existe libertad sin su pobre materia perecedera y bella: si bien la determina la voluntad desde ningún sitio en ningún tiempo. Esto es: una imposibilidad que condiciona de raíz el pensamiento; un límite que traza el campo de juego.

/La madre ideal de todos los contratos./

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¿Qué crisis? Lo que se niega con la boca no existe: para consuelo de la muchacha a quien, entre la nostalgia y la recesión, se le hace angustiosa la estancia española, y quiere volver con su papá (ríe su broma para no llorarla). Yo no puedo decir nada: sólo a mí me digo el asco que da la lengua sosa y celebrante de la falsedad política.

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