4 de febrero de 2008

A. E.

Nota: se me había olvidado -la edad-: lo siguiente es un ejercicio bastante libre de crítica escolar a propósito de El terrorismo y sus etiquetas, de A. Espada (editado por Espasa, 2007).

A causa de la existencia de un ser que, objetivamente, representa el fundamento de los deberes, a causa de que así me represento yo subjetivamente mi propia existencia, la forma de la moral no se ha vaciado enteramente de significado, como si fuera un molde, universal, hueco y exangüe. Sé a dónde ha de ir mi conciencia con sus máximas, y qué tipo de ciudad ha de pensar en erigir con la madera muy poco noble de los seres humanos, exceptuando ese espíritu de las reglas y de la buena voluntad, que se pone como límite la vida finita y única de cada ser humano. No habrá de extrañarse el público lector de que el kantiano residente en las afueras del Estado haya de ser especialmente duro con los que se permiten quebrantar las leyes morales de la dignidad, mercadeando con ellas, poniendo el precio en sangre y miembros despedazados. En este clima koenigsberguense, en su faz invertida, navega como en un mar de plomo, mortal y gris, el pensamiento terrorista. Él sí que ha renunciado al vaciamiento de sentido moral, poniendo un telos material incondicional (contradiciéndose en los fondillos de su alma) muy por encima de la vida y de la muerte de los seres, de los inocentes---

Ha puesto, el terrorista, el solitario, el derecho de muerte que la idea posee muy por encima de los cuerpos. En lugar de justificar la pena de muerte como razón última de la vía política, dispone las armas sobre la mesa, en tanto arma (naturalmente) de negociación. Ha saltado por cima de todos los estadios del razonamiento moral, de tal manera que creerse pudiera que en realidad está exento de moral. Esto cree él, y le beneficia la duda (inmoral aunque no se dé cuenta: estúpida por autosatisfecha y acrítica), el rumor ajeno silente del "algo habrá hecho", cuando el tiro en la nuca ha sonado y el cráneo vacío ha golpeado de repente el suelo. Demasiado tiempo, parece decirse en el texto y que nos digamos nosotros, se ha consentido en la mirada turbia hacia la víctima, contagiada de sospecha, asco y vergüenza por los que todavía siguen vivos, como si el seguir vivos hubiera de añadir euros morales a la cuenta de la conciencia de nuestros actos.

Dios se evade de sí mismo (humo, niebla) en el imperativo categórico, esto lo sabemos los que hemos pasado por las anticuadas Facultades de Filosofía. Casi no lo reconoceríamos si al pasar por la calle nos cruzásemos de nuevo con Él. Quizás sólo quedara el súbito deseo de recrucificarlo. Y pensamos que la misma evasión, el subsuelo kantiano encanallado, el mar de plomo gris y muerto, está en la sustancia de la mente que emplea la violencia última para conseguir el más rápido desarrollo y advenimiento de la idea y la libertad total. Como también en la sustancia de la mirada (del político, del periodista, del ciudadano del común) que ha dejado de creer en Dios, pero no en los beneficios del perdón que, definitivamente, nos llegan a todos con el glorioso resurrexit del tercer día (lo que festejamos en todos los domingos ociosos de nuestras vidas). Ahora, a esa mirada que da la vida la "etiquetamos" de otras maneras no religiosas: explicaciones, causas, justificación, comprensión, paz, etc., etc. Aunque resten las almas vampiras de lo religioso poniendo a Dios entre el victimario y la víctima.

La náusea debe ser lo único que venga del fondo de la conciencia: delante de la visión de la sangre argumentada, de los huesos quebrados, de la ilusión atormentada, vuelta en su contrario, en nada deprimente, fría, reseca e infernal---

¿Tan difícil es pensarlo?



***

(Esto no tiene nada que ver con lo anterior)

Cada vez que Rajoy habla de Epc el pelo de mi voto se eriza---

No hay comentarios: