8 de febrero de 2008

¿Contra la educación en valores?

En primer lugar, los efectos de la tormenta mediática no creo que hayan beneficiado a nadie: ni a los mismos que la han desatado, capaces (vengan del estado religioso o del estado civil) de proferir las mayores estupideces acerca de Epc y quienes la imparten. Ya sé que Orrico no va por ahí, que incluso en el artículo de Libertad digital deja a salvo la posibilidad de una mínima salvación de la materia, que debería estar centrada según él en torno a la Constitución y los Derechos Humanos. Aun esto me parece un poco acrítico y un dogma demasiado religioso para quien (Orrico) quiere una enseñanza imparcial, que no neutral: puesto -mejor: aunque- que los valores, según él, vendrían con los contenidos culturales. En esto último no me queda más que darle la razón, porque como persona de letras no puedo más que reverenciar la tradición (esto es, el humanismo; esto es, la libertad y la razón crítica). Ocurre, nada más, que se me antoja que el autor (Orrico) deposita una confianza demasiado grande en la capacidad de la sociedad civil para secretar los valores que valen la pena. Ni siquiera voy a imaginar que esté pensando en la virtualidad de un liberalismo económico y político para ese efecto. Tiene derecho a pensar así, si quiere, naturalmente. Pero no me refiero yo a esa confianza de partido, sino a algo que creo que alcanza gravemente al núcleo de su argumentación, a la sensación que dejan los artículos, los dos, y sobre todo el más largo ("Contra la educación en valores", en Cuadernos FAES), de mano negra que preside la confección de las leyes educativas, con una doble intención colectivista/analfabetizadora. (Ya sé que las sensaciones son señal de falta de memoria o de argumentos, pero no creo equivocarme sustancialmente.) De nuevo se me aparece la imagen del dogma presidiendo la escritura, la ideología gobernando la mano de Javier Orrico, del mismo autor que denuncia la ideología educativa. Demasiada confianza en la sociedad civil, cuando es la misma sociedad que ha ido eligiendo sus gobiernos, dejando que destrocen la educación y abdicando ella misma de educar/enseñar. Esto es, que si hay un colectivismo en la mente del político legislador, no se lo ha inventado ex novo, sino que representa (en sentido político) la percepción y deseos sociales, la desoladora realidad de una sociedad acobardada. Y de ahí no se pueden extraer esperanzas.

Dejemos que los profesores enseñen, que es lo que va pidiendo Orrico, y desde hace mucho tiempo. Que él mismo extraiga la moraleja de sus clases de FEN: de ese profesor que le enseña, nada menos, que Derecho Constitucional comparado. ¿Por qué ha de tenerse tanta confianza en la sociedad y tan poca en los profesores? No digo que él la tenga, no llega a manifestar eso. Pero sí noto cierto tono tecnocrático en su concepción de la enseñanza, como una diferencia irreflexiva entre los hechos y los valores, y una magia que ha de sacar los segundos de la chistera de los primeros. La razón no tiene por qué limitarse a eso, ni los filósofos a recitar los dogmas de la corrección política.

Quizás yo me haya vuelto demasiado empirista, viejo y escéptico, y haya dejado de crear en las razones que guían -bien o mal- los caminos de los acontecimientos humanos: me he vuelto historiador, más atento a la historia de los efectos, de los resultados, que a las ideas políticas. Aunque en el terreno de los resultados haya que coincidir plenamente con el diagnóstico del catedrático murciano, observando y lamentando nuestros ojos el campo arrasado de una enseñanza media que sirvió, en España como en su modelo francés, de posibilidad de instrucción y ascenso social. Que alguien compare (lea) el prestigio otrora de los profesores franceses de medias con la nauseabunda realidad de las proclamas pedagógicas en la España de estos años de gris y vulgaridad. Que alguien lea, y decida.


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A otra cosa:

Sostiene el eximio editor que en su revista no tienen cabida las "disertaciones filosóficas". ¡Qué nivel mental alcanzado! Porque en su revista no cabe, por ejemplo, la Apología de Sócrates.


No, estas palabras no tienen, no deben tener, su lugar en su revista. (Trad. de J. Calonge, según la edición de los Diálogos de Platón -Vol. I- de Gredos.)

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