19 de enero de 2008

Maldad

(Una alegoría impolítica o contrapolítica)

Nunca pensé en abrir el libro, a no ser que una voz me lo ordenara desde arriba, en letras negro sobre papel menos blanco (papel oficial). Podría emprender, arropado con la blanda y blanca manta del decreto, la persecución de los insumisos. Como soy un animal metódico, tendría que proceder en dos momentos: primero me convencería a mí mismo de la necesidad de hacer el mal, propalando razones que justifican el optimismo de los súbditos y la benevolencia hacia el gobernante; en segundo lugar, no tendría impedimentos en llegar al insulto de los tímidos, sabiendo de su propensión a no reaccionar, aunque ellos dicen que no es por cobardía, sino por la clase de genes de que están dotados, que les obligan a la vergüenza continua y a querer medir sus actos por la conciencia -doblemente ajena- de los mayores desaparecidos---

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Estos individuos revelan ser notorios perdedores: las únicas empresas de las que salen vencedores suelen ser las que ganan contra sí mismos, su memoria y sus errores. Después de todo, a fuerza de desengaños, han llegado hasta a considerar ridículo el pedir perdón: no lo consentirían para sí mismos. Pero, exactamente por esta razón, nada estiman más pernicioso que el orgullo de sí, que desprecian como la peor debilidad---

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