29 de enero de 2008

Depravación

En el programa se ve a un pobre diablo con la cara cubierta de pinzas de la ropa, sujetas en su piel. En un momento determinado responde a la copresentadora, joven y guapa, que también puede ponerse las pinzas “en sus partes”, lo que aprovecha la miseria humana (el otro presentador) para picarlo, inducirle a que lo haga, enfrascándose en un coqueteo con la otra, joven y guapa, a propósito del supuesto interés de ella por la gesta del pobre hombre. Una ola de náusea, de compasión y de asco, debe extenderse por el interior del que todavía no haya renunciado a su alma. De asco, de ira por lo inmundo que resulta la burla sin consecuencias, a costa del que si tuviera inteligencia los mandaría a todos al infierno (al infierno de los vulgares y los rastreros)---

Como ese otro avatar de la miseria que se dice que pretende cobrar indemnización de los padres luctuosos, a quien uno desea que Dios le dé el alma que no tiene, para condenarle al eterno sufrimiento, mucho más que la cárcel que los padres piden (aunque yo no renunciara a penas más terrenas y más capitales)---

Hediondo: la piel peninsular convertida en una mancha apestosa de aceite, en las televisiones, en el mercadeo político, en la conversión de periodistas y cátedras a la difusión de la mentira y la turbamulta---

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