15 de enero de 2008

Aun la pérdida de una pobre bufanda...

... sume a tu memoria en la peor tortura, en no poder recordar ni los más recientes pasos. Aunque sepas que no es algo de tan escasa importancia, que hay gente que vive o muere por mucho menos (muchísimo más menesterosa y merecedora que tú): por una bolsa de plástico, un cántaro o una escudilla.

-¿Quién habla?

Aparte de la vergüenza de no saber si la respuesta que te da cuando le preguntas (allí, en el bar) no constituye una burla de ti y de toda tu persona, si no te está diciendo que sí cuando te está diciendo que no.

-Cállate, aprieta los dientes y reniega de ilusiones. Confía, como dijiste hoy, en que falta un día menos para la vida eterna, para poder estar entre los justos---

***

En el teatro actuaban, normalmente, dos personajes, él y su otro, los dos hombres vulgares, resentidos y de poca piedad, sin fuerzas para rebelarse. De vez en cuando, muy de tarde en tarde, venía el pariente malencarado (sí, el que tuvo que irse del pueblo), dispuesto -el sí- a exhibir la planta de un hombre -de ánimo sombrío y esquinado-, que no tolera intromisiones en su moral ni en su pobreza (para eso ha tenido que soportar la dureza del clima de Indias, el desprecio de los de allí, y el de los de aquí, ahora que ha vuelto). Éste, ligado a los otros, por mucho que no lo quiera, no puede alejar de sí la desazón que le produce pensar que está actuando injustamente; los otros, con las ideas bastante más claras, recogen de él su cara de sombra y se hunden más blandamente en la miseria, al fondo de la habitación o entre las sábanas cálidas y no demasiado limpias que resguardan la carne doliente de seres humanos como él, los parientes y todos---

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Pensabas que acortando a través de oteros y barrancos podrías encontrarlos en la carretera, llegar a aquel punto antes que el coche. Vana ilusión. En cuanto empiezas a andar se te olvida el coche y la misión (lo cual también te pasa cuando no viajes en el tren imposible de los sueños), no sabes quiénes son y la misma tierra que aplacaba tus pasos se ha convertido en nieve que rascas con las uñas cuando llegas a gatas al pequeño ribazo que te separa de la carretera. La nieve se parece a una costra blanca y fría que no se resiste mucho a tus esfuerzos, de manera que no te cuesta nada ver las manchas de sangre escondidas. En el sueño no lo sabes, porque hasta allí ha llegado tu dolor y olvido encubridores, pero la tierra habla de tu conciencia y de la de todos los hombres. No quieras llevar la inquisición más lejos, hasta preguntarte qué puede querer decir ese trayecto en paralelo hasta el encuentro: tú caminando solitario, dificultosamente; ellos, los desconocidos, en compañía. La vida inconsciente te ha dado una imagen sutil del pecado y la búsqueda del perdón -tendrías que pensar-, mucho más adecuadas -lo sientes- que esa masa de chicle infinita y asquerosa que va saliendo -¿cómo?- del cielo de la boca, y que esta vez no puedes cortar con los dientes: una vez -será ésta la razón- que la vida consciente te ha informado de la interpretación del sueño. (Por piedad, por falta de derecho, a causa del benéfico tiempo que secreta el olvido, se calla uno la historia de culpa y ahorcamiento que me contaron.)

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