31 de diciembre de 2007

Idiosincrasia

Hay un goce insano -debe ser el carácter propio-, muy peculiar, en querer caer para poder levantarse más arriba: lo que de hecho resultará imposible, porque uno de sí mismo no se salva (la física, el peso -grave- de la tierra, no engaña)---

Las frases vienen cada vez más fatigosas, solicitando la atención cada vez más: querrán, ellas, las impersonales, que del sufrimiento se aprenda. Que ocurra al margen del sujeto, de esta sintaxis convenida que da continuidad a los días---

Las frases, las ideas: de una pasmosa trivialidad. Para poner(nos) a prueba la capacidad de descomponer las figuras lingüísticas: al margen de nuestro deseo particular del momento, puesto que se querría estar -en el momento- muy lejos, en otra parte---

Le digo a este hombre -esta mañana, en el mercado, pero me parece que se lo digo desde muy lejos, sin saber si es por culpa mía o suya- que soy trabajador pero abocado al caos, irresoluto, incapaz de terminar nada ("Te falta rematar", dice él; y quiero pensar que sus palabras son exactas, las que convienen a la cosa que por comodidad denomino yo)---

(Por una vez "este hombre" no soy yo.)

El trabajo (aceptemos el término para ser socialmente comprendidos), la actividad: de un falso soporte trenzado de las máscaras de la costumbre, en el mismo desorden que conviene a sus ojos y a su vida (los libros, las películas, los objetos rebeldes), reunido el compuesto o revoltillo en esa conveniencia ajena (del habla que circula entre todos) que es la partícula YO.

...

Para hablar de él, el odiado, tenemos que cumplir la falsedad de alejarlo fuera, de proyectarlo al frío ajeno del que procede (¡a la calle, maldito!): una falsedad, pero no somos capaces de engañar, pues se trata de quien se trata, un perro fiel y pesado de respirar ansioso---

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