17 de diciembre de 2007

Hágase el milagro...

... , hágalo quien sea. Contra toda esperanza---

Hace algún tiempo albergó cierta cabeza deficiente la ilusión de efectuar algo así como una crítica de la razón pedagógica. Ese sueño de ir contra estos sueños dogmáticos de la comfortable civilization se ha tenido que quedar, con el paso anticristiano (incompasivo) de los años, en un amontonamiento de materiales (como de desecho): microtextos, epístolas indignadas que no se mandan a nadie, entradas de blog, recortes de prensa, fotocopias, calor o hielo en el corazón, etc.

Pero los amigos de WB, y aficionados advenedizos e incompetentes a la fotografía, somos amigos -también- de ir reuniendo los cascotes que deja el derribo de la razón acosada. Véase, v. gr., este texto "ilustrado" de J. M. Sancho, que cito segun el texto de José Penalva que ya mencioné aquí, a propósito de mi propio desescombro (que no es mental, que mi casa cerebral está ya derrumbada), mi desorden y mi desgana. Voilá:


Ya sé que del estiércol salen las rosas: por lo que no se pierda -ahora no- la esperanza de que salga la verdad de la miseria moral. Pero yo prolongaría esta moralidad de estercolero señalando que lo que se atribuye a los ignaros maestros del libro de texto también se podría atribuir a los médicos, que sólo tendrían que acceder a una página de salud de Internet y diagnosticar a discreción. Sería más rápido y eficiente quizás: dado que según un farmacéutico conocido "menos mal que las medicinas no sirven para nada, que si no ya estaríamos muertos" (aunque no lo decía contra los doctores, sino contra el uso extremadamente liberal, por parte de los pacientes, de las indicaciones y/o prescripciones médicas). ¿Disparatado, verdad? Pues de esa estructura surreal de la razón bebemos, como de una fuente inagotable que mana y mana, los destinatarios de la intelligentsia pedagógico-política---

PS. A propósito del comparatismo histórico-profesional, recuerdo, de mis desordenadas lecturas sobre los regímenes totalitarios, que en la Alemania hitleriana se intentó conformar una medicina "alternativa". O sea: un conato -bastantes serio, por los personajes implicados- de depreciación de un discurso prestigioso y asentado como es el de la medicina académica; aunque no sea más que por la inclinación de la humanidad a enfermar y morir, desde el día fatal del Edén. Algo así como un desprecio, pero de la salud del alma (vid. Gorgias), sale de las cabezas didactizantes. En la URSS el trigo se podía negar a seguir las recetas lamarckianas de Stalin y su compadre Lysenko (para mortal perjuicio de los agrónomos: de la realidad y de la razón). Los que tienen en poco la verdad y el respeto, los propaladores de discursos mendaces, podemos decir, si lo queremos así, que llevan un Lamarck en su cabeza, en el rinconcito que les va dejando un orondo Rousseau: más gordo conforme nuestra estupidez se va incrementando---

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