10 de diciembre de 2007

Chewing gum & tuning at Main Street

No importa el lugar en el que estoy. Una opresión ligera en la muela me hace introducirme el dedo en la boca. Con cuidado voy extrayendo una tira larga de una masa gomosa que no se acaba nunca. No recuerdo si viene toda de la muela o si viene de la garganta también. No se debe dejar para más tarde la narración de los hechos: se olvidan con la luz del sol y los trabajos de la mañana. La presión se va intensificando, pienso si no se acabará nunca aquello, hasta que corto y muestro a alguien la masa de chicle, totalmente exagerada: creada de la nada. Me prometo, una vez despierto, consultar el significado este sueño repetido, sin querer pensar -temiéndolo- que tenga algo que ver con la muerte, que un mensaje así me pueda ser transmitido en un lenguaje que no conozco.


Despierto, interpreto que se me está avisando de un peligro, y me viene la imagen de que los muchachos del deportivo tuneado que obstruyen el paso de la calle, reencarnan a otros muchachos de hace concuenta años que obstruían la calle por otras razones.

***

(Descensus ad inferos)

Cerca de mi casa, en un territorio que está al otro lado de la sierra, me acabo perdiendo: a veces me parece que voy solo, a veces acompañado, andando o en coche, por caminos de tierra o por carreteras asfaltadas. La sensación es agobiante, de viaje que no se acaba: entro en una especie de hondonada o rambla en la que la luz se ha ido de pronto, me interno por callejas de un pueblo que convierten el exterior en el interior de la vivienda, me refugio de los jóvenes que arrojan piedras -pero hay un momento en que sobre mi cabeza se oye el silbido de las balas- en una especie del almacén del que acabo saliendo por una ventana después de embutirme en una bata blanca. El paraguas rojo lo robo después: para mí no rige la moral. Seguramente estoy en peligro y no lo sé. El camino se alarga: faltan tres kilómetros para volver al lugar que conozco y así poder orientarme de nuevo; sigo en esa dirección y un rato después faltan seis kilómetros, el doble: estoy desandando en la dirección correcta. Bajo hasta una rambla: miro hacia el cielo, que se ve por encima de un techo de roca que me resguarda de las miradas de los que yo sé que van paseando por el camino de arriba, paralelo al curso de la rambla, se me ocurre -de repente- que la inteligencia está hecha para cosas más importantes que la que estoy haciendo en ese momento (que el pudor me impide declarar). ¿Cómo entender el menú del bar: en la carta aparece una invitación -bastante insultante y que declara expresamente mi pobreza- para celebrar el aniversario de mi matrimonio, aunque comprendo que la fecha ya ha pasado?

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