24 de diciembre de 2007

C´est à dire

No es que los discursos académicos de la sociología (y de sus hijas: la ciencia política y la ciencia educativa) principien con una discusión acerca del alcance y relevancia metodológicos de los conceptos modernos (cartesianos y kantianos, por ejemplo) de y sobre libertad y causalidad. Hace ya mucho tiempo que la construcción matemática de su praxis científica les evitó caer -ni siquiera esto- en la cuenta de estas cuestiones filosóficas: abstractas, antipragmáticas, olvidables: anticuadas, reaccionarias.

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(Y tampoco uno quisiera dejarse conducir por la idea de una lógica y una continuidad en sus proposiciones. Éstas, como espontáneas, son más bien lanzadas al viento. Si quieren encontrarse unas con otras, bien; si no, pues también.)

Así las cosas, la libertad interior de la tercera máxima cartesiana, en tanto reducción de la vida libre al pensamiento (y, con ello, de la moral: recluida en el control de las pasiones, como viviendo en una anemia sentimental inducida), como una proposición antes de tiempo de una sustancia primera, más verdadera y propiamente espiritual, está en los antípodas de un comportamiento mecánico de los fenómenos (mejor, de los cuerpos), en el cual la esencia interior (el éter mental) se desenvuelve muy malamente (pues la mecánica exterior de la tercera máxima parece identificarse con el azar y la falta de control). Eso es lo que yo entiendo como incompatibilidad: la existencia de una cosa idéntica con la libertad, y con el pensamiento, puramente reflexiva, al lado de una realidad contraria. Que la providencia divina asegure la concordia, no dice mucho ni relevante acerca de cómo deben conducirse los hombres imperfectos. Éstos harán bien en proyectar el puro cálculo interior de ideas sobre el mundo que se les resiste. Pero no hay compatibilidad (entre idea libre y mundo mecanizado), sino una absorción de la materia por parte de la reflexión, subjetiva. Lo que había quedado reservado, en otra época anterior, al demiurgo; y luego se atribuyó al Dios-Ser, con el fin político de conquistar y recuperar el mundo pagano para la teocracia del amor.

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Lo que la KRV provoca sobre este mundo moderno, y a la vez nostálgico de seguridades últimas, representa una verdadera catástrofe mental. Ni libertad ni mecanismo, sino un doble y mutuamente producido relativismo del als ob: después de la posición de un doble objeto (fenómeno vs. noúmeno), a éste y al otro lado del límite de la experiencia posible. Finalmente: una compatibilidad débil nacida de la exigencia de no autocontradecirse el pensamiento, si éste tiene la hybris de querer llevar demasiado lejos lo que se contiene en las percepciones, o si (por el contrario) pretende traer demasiado cerca lo que las rebasa.

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Por todo esto: la pretensión hic et nunc de realizar atribuciones causales al sujeto X (el empírico que conocemos, tú y yo, tú o yo; no el trascendental que suponía el petit königsberguense), imponiéndole la idea de que su acción inicia algo así como una cadena que es capaz de sostener el mundo y su sentido, representa una artimaña maliciosa, que ignora los límites de la razón ilustrada y hasta los de la razón dogmática.

1 comentario:

Egoficción dijo...

A ésta, cuando saque un rato, te responderé. Creo que me la sé.