19 de noviembre de 2007

Yo, el otro

Acción, pasión; salud, enfermedad: la rendición del enemigo es mi alegría, pero sólo me concede unos momentos---

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Conversar acerca de las lecturas, públicamente, se convierte en una lucha de despropósitos: pues no se puede querer demostrar nada: sería ridículo... Un lector no puede caer tan bajo, jugando a ese juego de ringorrango culturalista... Un lector se debe a su único deber: o sea, que está solo, agotando y agotándose su actividad en sí mismo, en sí misma, en un círculo que no tiene sentido trascendente, pues lo mismo daría la existencia del mundo que lo contrario... Esto será así, en la medida en que el "otro", el consumidor de tu tiempo, no intervenga y lo eche todo a perder... Deberá, además, ser modesto en su aliño: limpio pero odiando la exhibición lujosa de las vestiduras: ¿para qué, si no tiene que demostrar nada, si ya está salvado o condenado desde hace milenios?

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-¿Borges?
-No, sino este pobre escribiente, que empieza contando su problema, se refiere a su única alegría (pero realmente no es la única), se da cuenta de la ficción (de que el mundo se contrae a lo imaginario, si a él, al pobre mundo, no nos entregamos) y se atreve a cuestionarse si quizás el otro, el argentino, no era un enfermo---

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