16 de abril de 2007

Renuncia...

... a la ambición: esto consiste en el olvido de circunstancias y personas,

...un desapego, la afición por el aire frío, puro, solitario,

...no es de la ciudad... ¿Por qué? Quizás en una ciudad no se deja nada al margen, de una forma definitiva, sino que se queda en la memoria de alguien, en sus juicios e intenciones. No lo sé. No recuerdo por qué llegué a pensar que una actitud como la renuncia se lleva mal entre la multitud. Quise dejarle espacio al abandono, pero éste únicamente requiere la extensión pura de la independencia.

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No tengo capacidad para completar las sugerencias, para cerrar los puntos suspensivos: los apuntes ocurren... y ahí se quedan, interrogantes, desconocidos. También me cuesta designar realmente las condiciones de esa incapacidad. Esto sería como poder curarse a sí mismo, lo que para un aprensivo vocacional no deja de ser un arma de doble filo: porque necesitaría la enfermedad (mental) para percibir la conciencia de mi poder de curar. No, definitivamente escribir no cura, aunque distrae.

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Con los apuntes de urgencia sucede como con los sueños: debería ser preceptivo dejar que las manos fueran inmediatamente al teclado, como debería serlo saltar de la cama y anotar lo que se acaba de soñar. Es fácil interpretar los sueños, cuando sus "símbolos" no hacen más que recombinar malamente la prosa del día.

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No se es lo escrito, ni quien escribe, ni siquiera se es cuando se escribe. Se trata -el texto diario- de una excepción: el resto, aquello por lo que se escribe (justamente), suele ser lamentable, un horror continuo. Y vuelvo al principio: mi pequeño decálogo de temporada, contenido en un único mandato, el de no ser lo que no se es (distanciarse un poco, poner en marcha la memoria selectiva).

Algo de esto sostiene Joseph Brodsky en algún lugar de Del dolor y la razón, me parece recordar.

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