8 de marzo de 2007

Temblor y terror

(A propósito de los personajes del nazismo, de acuerdo a Ferran Gallego, en su libro Todos los hombres del Führer)

La fuerza anónima de la lengua, colectiva e irresponsable (el privilegio que concedemos a la palabra poética, cuando queremos exaltarnos muy por encima de la normal condición del ser humano), no está lejos de su utilización totalitaria y criminal (aunque no haya un libro para legitimarlo). Así, Joseph Goebbels encarna la voluntad de identificación con un movimiento en el que arde la vida, que la reúne porque la consume al mismo tiempo. Se tratará de una proliferación malvada de la pasión, de un imposible que devora a la vez.

Será imposible, y a pesar de eso (o por esa razón) debe conducir a la destrucción.

La moral de Fernando Pessoa (citada de acuerdo al Libro del desasosiego de Bernardo Soares: pues esa distancia pone Pessoa frente a sus enunciados) no sirve a una persona que contradiga la forma del apasionado criminal, según el modelo máximo de Goebbels, sino a la que está en el lado contrario de un mismo campo del que se han ido retirando las razones de sentido cultural. En esa retirada lo mismo da el escepticismo o la tolerancia del autor portugués que la fe asesina del propagandista alemán.

Contradicción no, complementariedad.

No, no da igual, porque Pessoa produce literatura y Goebbels muerte; excepto que el crimen resta incomprensible y en ese sentido lo literario no es más que literario y no va a la raíz, aquella que identificara ab initio el conocimiento con la acción demoníaca, contra todas las ingenuidades de sello socrático.

***

(Un problema escolástico)

No había razones para creer en nada. Producto o no de un mal cerebral, creyendo que se trataba de algo así, o que era perseguido o desestimado, porque todas esas cosas se le tenían que ocurrir diariamente, aún podría creer en algo, y ahora no le importaban los motivos intelectuales, refugiado como estaba en la seguridad íntima de su propia conciencia, una certeza que nadie le podía quitar. Perseguido, sí, enfermo, acabado, olvidado. Sí, pero él. Sabiendo tal cosa, gozaba de una luz más bien equívoca, que no alumbraba a los demás. No los necesitaba, aunque puede que no quisiera creerse que eran ellos los que habían acabado por no necesitarle a él.

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