24 de marzo de 2007

Sueño y pintura, II

Porque era de un sueño algo inusual de lo que quería hablar...

(Mecanismos)

Si se deja de registrar instantáneamente el contenido de un sueño lo que se pierde no son solamente los detalles, cosa que tampoco tendría tanta importancia, sino la significación misma del sueño, aquella que se capta al despertar: ¿despertamos obligados a anotar lo soñado?

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Tenía entre mis manos una revista, impresa con una calidad bastante mediocre (similar a la de los periódicos escolares), cuya portada era ocupada en su mayor parte por la imagen de una gran construcción, algo que se podía parecer a una catedral, vista desde fuera y desde uno de los flancos. Lo raro de la imagen de portada (y por razones así no importan exactamente los detalles concretos: triviales, surgidos directamente de lo cotidiano o de la combinación de lo cotidiano) era que el diseñador de la portada había sobrepuesto en la imagen del edificio un recuadro que repetía la misma imagen, sin que dejara de integrarse -extrañamente- en el edificio (supongo que también se repetiría igualmente el nombre de la revista y todo aquello que no fuera la construcción). La abismática impresión se complicaba aún más porque, en un segundo plano, se encontraba una nueva repetición (digamos otro espejo, para entendernos): ¿repetía, a su vez, la primera copia, la que en primer plano aparecía sobreimpresa? Recuerdo que en el sueño me puse a pensar en estas complicaciones, sintiéndome torpe e incapaz, del mismo modo que no se puede escapar de los perseguidores y entonces, milagrosamente, uno se despierta. Parece que los sueños, tan cambiantes, nos condenan a nosotros los soñadores a la inmovilidad, o por lo menos a la lentitud. No me quedaba más que fijarme mejor en la imagen, puesto que no podía resolver el enigma de la rara construcción y su doble reiteración (si es que no constituían representaciones de primer y segundo orden, y así sucesivamente: dentro de una lógica del sueño, a imitación de la lógica formal de la vigilia, del día). En efecto, si concentraba los ojos veía algo que antes se me había escapado. De hecho la misma construcción parecía haber cambiado. Lo que antes era un recuadro que copiaba fielmente, según creía, el detalle del edificio, se había transformado ahora, yendo hacia el centro de la portada, en una especie de cuadro o espejo apoyado en la rama gruesa de un árbol que iba paralela y bastante cerca del suelo. Por su parte, el recuadro o copia, en un segundo plano, se había emborronado más todavía. Pero no debí haber desplazado la vista hacia la profundidad de la imagen, porque cuando volví al espejo o cuadro apoyado en la rama pude observar, sin demasiada sorpresa ya, que no se trataba de tal cosa, sino de un hueco o madriguera, oscuro desde la entrada. Tras lo cual me desperté. Me prometí no olvidarme de lo soñado, y se me ocurrió pensar si todo el sueño no era también otro tipo de reflexión que intentaba señalarme algo, si la noche no indica al alma, desordenándola, lo que de abismo incomprendido tienen los días.

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