2 de marzo de 2007

Facilidad

Hiperestesia = Fisiol. Sensibilidad excesiva y dolorosa. DRAE

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Las intuiciones sin conceptos son ciegas (Kant, KRV). (La luz se la aportan los conceptos: literariamente no conviene abusar de los conceptos y llegarnos a la literatura pedagógica o al realismo socialista.)

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De la sobreabundancia vive la palabra poética, estableciendo límites en su ámbito de experiencia, removiendo los obstáculos en los caminos difíciles, para abrir sendas nuevas o hacer reconocibles las antiguas. Las voces del poeta, devueltas en las miradas ingenuas o turbias de los jóvenes -cuando se pone la luz en los ojos, sin pedir nada a cambio: puro ofrecimiento sin intermediaciones-, guardadas en el papel eterno de los libros o en el sonido menos duradero de las charlas diarias ---esas voces, arriesgadas al nacer, logran permanecer finalmente reconocidas socialmente dentro de la lengua, estableciendo los contornos de lo pensable en consonancia con esa otra manera de recortar que consiste en trazar marcas en el espacio, hacerlo privado o público, hasta que lo simplemente doméstico -la poesía y la casa- se funde /y se fundamente/ en una intención de contar: el lujo del lenguaje renacido.

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Se corre el peligro de vincular -ambiciones de la medicina y de la higiene social- el genio y la enfermedad, de trabar peligrosamente las metáforas (pues ya "genio" lo es): se imagina al artista como depositario de un mal sagrado, que lo mismo puede ser mensajero (evangelizador) que propiciatorio o sacrificable. Casi tan peligroso -pensar así- como trasladar metáforas sanitarias a clases o grupos enteros de la sociedad. Esto se hace finamente, incluso, cuando se denuncia el mal moral en el otro, como estamos acostumbrados a ver en los ataques y contraataques políticos. El mal moral, la mancha, el pecado: la sociedad -por boca de sus portavoces- pide a una que alejen de ella a ese microbio. Verdaderamente las ideas de exclusión social ganaron mucho con el progreso científico del XIX: la sociedad no tiene que preocuparse primeramente de su cabeza, de la ortodoxia, sino de la salud de los cuerpos. Sobre éstos se puede actuar con mucha menos delicadeza que sobre las almas, pues no está claro que la carne sea de Dios. Inocentes la ciencia y la tecnología, evidentemente (¿evidentemente?), pero no sé si tanto las mentalidades de científicos y tecnólogos, pues el bien moral, llamado progreso, les pertenece; es decir, los restos de Dios, los despojos del espíritu.

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(Pour N. y O. Mandelstam y A. Ajmatova)

La poesía, ni texto ni sonido, ha tenido que vivir en el esfuerzo de la memoria de algunas personas valientes. Debía ocurrir así en épocas de oscura maldad y terror, porque el poder político totalitario es uno de los mejores críticos literarios que ha dado el mundo: concede a los textos literarios toda la profundidad de las proposiciones verdaderas; ni expresan ni apelan, el peligro está -anteriormente- en que refieren un mensaje.

De su memoria, como de los hechos de algunos hombres justos y sabios, depende la hermosa fragilidad de nuestra cultura. Como de la estupidez al mal hay sólo un pequeño paso -que empieza a darse cuando se decide no seguir escuchando-, haremos bien en no olvidarlo.

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