1 de febrero de 2007

Tesis 12, WB

12

Necesitamos de la historia, pero la necesitamos de otra manera a como la necesita el holgazán mimado en los jardines del saber.

NIETZSCHE: Sobre las ventajas e inconvenientes de la historia.

La clase que lucha, que está sometida, es el sujeto mismo del conocimiento histórico. En Marx aparece como la última que ha sido esclavizada, como la clase vengadora que lleva hasta el final la obra de liberación en nombre de generaciones vencidas. Esta consciencia, que por breve tiempo cobra otra vez vigencia en el espartaquismo, le ha resultado desde siempre chabacana a la socialdemocracia. En el curso de tres decenios ha conseguido apagar casi el nombre de un Blanqui cuyo timbre de bronce había conmovido al siglo precedente. Se ha complacido en cambio en asignar a la clase obrera el papel de redentora de generaciones futuras. Con ello ha cortado los nervios de su fuerza mejor. La clase desaprendió en esta escuela tanto el odio como la voluntad de sacrificio. Puesto que ambos se alimentan de la imagen de los antecesores esclavizados y no del ideal de los descendientes liberados.

(Walter Benjamin, Tesis...)

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Nietzsche sostiene lo mismo que la undécima tesis acerca de Feuerbach, habiéndose sustituido, entretanto, la filosofía por la historia; la pureza especulativa de la razón teórica por los entretenimientos privados en los jardines de la erudición -casi una poesía pura, aproximándose hacia la ausencia bohemia de la escritura, la vida miserable, anónima y granurbana.

Se necesita del saber para negarlo -a través de la acción o mediante los resortes oscuros de la acción; sabios y descreídos /nosotros, los contemporáneos/, el miedo de la vejez asomando por nuestros huesos, no nos cuesta demasiado asimilar esta praxis liberadora al vértigo de la acción y disposición técnicas del mundo. ¿Amalgama? No tanto, solamente que falta el punto de vista alejado, correcto, para poder observar lo de hoy al cabo de una gran avenida, de siglos.

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El materialismo epistemológico (?) vive de su interés, movido a causa del dolor hacia los conceptos, resentidos: violentos, transformadores, anárquicos. Puesto que no tiene que vigilar el orden del futuro /(campo abierto, posibilidades, horizonte)/, sino vengar las vidas truncadas, seguir aniquilando. Esta actuación, potencialmente terrorista, puede sobrevivir a las eras, en la memoria de los adversarios (dentro de la reacción), igualmente resentidos. Realmente, la era de las masas, de la opinión pública, ha hecho circular tanto las creencias (acabando con algunas de ellas, provocando el nacimiento o el resurgir de otras) que resulta ya impensable una condena histórica efectuada con las tablas de la buena voluntad (para el criticismo no ha habido tercer día). Pues la moralidad no hace más que trasladar, en el fondo, a las almas el mecanismo de causas y efectos que gobierna ordenadamente el mundo, haciéndolo descansar /el mecanismo/ en una primera causa pura, un pequeño dios, la persona. Sin embargo, la proliferación de opiniones por encima de la superficie de las mentes, el cruzamiento consiguiente de ideas y acciones, impiden (¿para siempre?) cualquier posibilidad real de un análisis moral de la historia: han desaparecido los pequeños dioses, suplantados por la fe en unos payasos sangrientos aunque ridículos, adeptos del ruido y de la falta de reflexión.

(...)

¿Cómo no había de venir aquí la socialdemocracia, la tibieza?

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