27 de enero de 2007

Tormenta de nieve

Hablando de mí, de nosotros, las cosas que digo, las que se dicen, aparecen teñidas por una interpretación caprichosa. Es mía, o la he hecho mía, una vez que la he adoptado.

Desteñir la interpretación supondría dejar de tratar de mí y de nosotros. No se estaría hablando de nadie; pero -dado que se habla- habrá que nombrar esa realidad ausente o desconocida. Alejada la visión subjetiva, el escenario científico parecería repleto de unos personajes desconocidos: átomos, estructuras, relaciones de un conjunto, significantes de un sistema de comunicación/significación... (Estas cosas aparecen en los libros, esa parte costosa de la cultura.)

Igual que las cartas desperdigadas de una baraja, o la obra de teatro deshecha, aunque los sistemas suelen tener vocación de teatro filosófico, fantasmal en su concepción y en su ejecución posterior: resulta impensable la coexistencia de sistemas que cohabitan malamente -de esa manera los hemos visto siempre-, si no es a causa de algún vicio de origen que los ha hecho nacer, crédulos de sí mismos, convenciendo -por lo menos- a los demás de que son crédulos, de esa su ingenua espontaneidad que hace visajes de verdad primera, /semillas o gérmenes de una ontología/.

¿Reunir, finalmente, las cartas? ¿Quién podría? ¿Para qué? Puesto que no hemos de conocer el resultado: dejemos la grandeza de la esperanza ilustrada -Kant- para los que vengan después a utilizar la razón en el mundo que no termina de aceptarla; no se ha de creer en la felicidad ahora, la topía; ni dirigir las tendencias, realmente otras interpretaciones fantasmagóricas, hacia las mentes, para que sean normas de su valor, reglas de conducta diaria, leyes en los parlamentos y presos en las cárceles.
Antes de creer en los pronósticos, conviene un pequeño acto de autodestrucción de la razón: pues esto es el análisis, porque en esto consiste la crítica.

Vivir diariamente realizando este trabajo, en uno mismo y para la reflexión, no deja, sin embargo, de provocar inconvenientes serios: los gélidos y fantasmales conceptos de la ciencia social avanzada (¿hacia dónde?) son relativamente tranquilizadores (han tomado prestado el calor de algún sitio: del prestigio o de la comodidad), comparados con los hechos que no comprendes, que desazonan porque no se sabe cómo han empezado ni cómo han de acabar, si se tiene la fuerza y la habilidad suficiente para desarrollar por completo un curso de acción cuidadosamente planificado, aunque tengas la certeza -terrible, desagradable- de que interrogar a los otros acerca de lo que pasa no haría más que agravar el problema y sus derivaciones...

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