30 de enero de 2007

MASG, o la redención educativa a través del tormento y el fuego, IV

"Porque es una tarea enriquecedora para quien la recibe y para quien la realiza. No hablo de dinero (aunque no se debe olvidar esta faceta). Hablo de otro tipo de enriquecimiento. Si se pretendiese incentivar la profesión docente sólo con dinero, ¿no acudirían a ella los más avaros en lugar de los más generosos? Trabajar con seres humanos encierra una posibilidad enorme de desarrollo personal y social." (MASG)

(Planteamiento)

“No hablo de dinero”. Claro, porque el dinero contamina al docente y lo envicia, y hay que mantenerle viva la vocación, que donde mejor es con la pobreza, ¿verdad? Pero Vd. Se delata: “aunque no se debe olvidar esta faceta”. La concesión no significa aquí realmente nada... si no se tiene prisa en leer. Porque el experto no puede decir que “se debe olvidar esta faceta”. No digo que no lo piense, que sobre eso se pueden tener legítimas y razonables suposiciones, sino que realmente no lo dice. Lo que dice es que no se debe olvidar, pero ¿qué significa esto con tal de que se tenga memoria (de que el trabajador merece cobrar bien)? Bien. Correcto, pero la memoria sola no compromete a nada, ni mucho menos a una mejora salarial, pese a que el incauto lector imagine esa referencia posible a la mejora de sus condiciones económicas.

(Nudo)

“Hablo de otro tipo de enriquecimiento. Si se pretendiese incentivar la profesión docente sólo con dinero, ¿no acudirían a ella los más avaros en lugar de los más generosos? “ (MASG)

¿Verdad que no se trata de dinero? ¿Queda claro? Pues el dinero envilece con el pecado. Nada más y nada menos que uno de los capitales, a lo que el predicador-pedagogo no puede ser ajeno, ya que él quiso la verdad y el bien. Puesto que se puede incentivar “la profesión docente” (¿dónde quedan los particulares, los individuos de carne y hueso, trabajadores, reales?) no “sólo con dinero”, el práctico político-pedagogo habrá de extraer la necesidad, y hasta el deber moral (no faltaba más!) de pagar con otra cosa que con dinero; no con algo más que dinero, sino con algo en lugar de dinero. Pues el lenguaje (y sólo tengo de él su lenguaje) autoriza a deducir esta posibilidad de pagos simbólicos, que son más baratos que los pagos monetarios, y generan menos quebraderos de cabeza políticos (menos agravios en las ambiciones y envidias sociales).

(Desenlace)

¿Aún dudáis, hijos míos? De verdad que os estáis ganando el Reino de los cielos, aquí en la tierra y por adelantado. Eso, disfrutad antes, que después ya veremos... Pues ya se te paga, caro mío, con ser “generoso”. Tú eres generoso y tienes vocación, y yo soy generoso y te perdono tus culpas. Pero no quieras el dinero, que no te conviene, que te ensucia y te hace malo. Nosotros los catedráticos no podemos aceptarlo más que con asco, y como deuda simbólica que debemos pagar para evitar la soberbia del teológico saber que abruma nuestras mentes y nuestros corazones, por vuestro bien (moral, no pecuniario). Porque tú no querrás ser un avaro... (Dixit)

Veo legión de notarios conscientes -al fin- de su vida extraviada, decididos a la verdad y el bien, a lo imprescindible de la tarea y del camino, maravillados y convertidos, pues ¿qué puede significar que el 50% de los docentes británicos estén dispuestos a renunciar, si se te paga en cupones de generosidad? Hasta es posible que caiga en las redes algún torpísimo especulador inmobiliario, que se convierta mágicamente a la vocación enseñante (pues ya se tiene de la gramática la parda).

A no ser, a no ser... Dios mío, tremenda duda me corroe! A no ser que si estuviera bien pagada la profesión docente, magníficamente pagada y con derecho a la posibilidad mental (ahora subjuntivísima) de perescrutar magnífico chalet en primera línea de mar español, sin agobios cada vez que tuerce el mes, decidieran -digo- dedicarse al oficio los más sabios, sagaces, trabajadores e insomnes estudiosos; una gente temible y odiosa que supiera sus derechos, su valor y su capacidad de juzgar de su valer y saber, y que estuviera dispuesta a hacer respetar sus derechos. (Pues me han dicho que los derechos laborales son menos formales y más reales si se pueden contratar abogados; y el voto menos cautivo, si no se necesita para comer: no sé qué del caciquismo, me dijeron.)

"Porque es una tarea colegiada: no se puede entender esta profesión desde una perspectiva individualista. Cuando se trabaja en solitario se consigue menos y se pasa peor. No hay niño que se resista a diez profesores que estén de acuerdo. (...)" (MASG)

Las tareas colectivas me producen urticaria, así que personalmente no veo por qué han de ser más útiles los comportamientos propios de un colegio cardenalicio en una profesión que tanto ha dependido del esfuerzo personal por saber y transmitir/enseñar lo sabido a otros. Sospecho que los profesionales (liberales; ¿liberales?, qué hermosas palabras!) utópicamente bien pagados en táleros constantes no necesitarían colegiación en su trabajo sostenido en el amor propio y la tranquilidad. No obstante, conozco las ventajas del ser colegiado (y aun del ser colectivo o totalitario) si lo que conviene es transformar el traspaso total de responsabilidad al docente en un conjunto de obligaciones concretas y horarias, con la penitencia consiguiente de la multiplicación de las reuniones y la burocracia (tácticas muy conocidas por la inteligencia miltar: las de no dejar descansar, para no dejar pensar). Adepto al surrealismo en pedagogía, habiendo tenido y teniendo tan buenos maestros en ejercicio, hasta doy las gracias por las tareas que el señor (y sus delegados en este mundo, vicarios o representantes de la administración) nos impone en tardes regulares, principiadas o, mejor, antecedidas por ágape común y colegiado en restaurante económico (i.e., con exceso cuantitativo de clientes generosos sobre los avaros). Digo lo del surrealismo por el empeño infinito y amoroso de la ciencia pedagógica en resolver el viejísimo problema, tormento de las ideas platónicas, sostenido por Aristóteles y conocido mayormente como el argumento del “tercer hombre”. No éste, ni ése, sino aquél (hombre): es decir, no la idea ni lo que es concreto (material); sino lo que sin ser idea ni ser concreto está en medio de los dos mundos, en el seno del abismo (separación o viejo caos)que los separa. Pues ésta es lo impresión que este analista de la retórica profana tiene de los empeños de la argumentación psicopedagógica, a través de sus distintas sectas y ministros en la tierra.

"Porque es una tarea gratificante: se insiste en los problemas de la profesión, en sus facetas amargas. Se habla menos de sus dimensiones gratificantes, de sus estímulos, incomparables a los que brinda cualquier otra profesión. ¿Qué hay semejante a ese alumbramiento en el saber, en la honestidad y en la convivencia que es la tarea de educar? ¿Qué hay comparable al hecho de ayudar a que las personas sean más sabias, más bondadosas, más felices?" (MASG)

“Tarea gratificante”. Ahora. Naturalmente. Por eso los ingleses se quieren ir, ellos que normalmente son tan poco propensos a irse. Realmente no existe nada más gratificante que ese “alumbramiento”. Sólo que no se cree en ese alumbramiento, porque éste significa ilustración, oficio contra las tinieblas originado en el inmortal comadrón ateniense. Y la ilustración significa instrucción pública, como bien conocía la II República, enseñanza. Por lo tanto, dominio y ostentación (¿detentar?: en absoluto, sino humildad y rigor) del saber por parte de unos profesionales que, por esa sola razón, deben contar con autoridad y respeto, encargados como son y están de la reproducción y el mejoramiento social. ¿Pretende sostener esta tarea el experto? Me temo que no, dada la preceptiva evangélica/moralizante que acompaña la mención del oficio de instruir (pero él querrá decir educar). Pues el catedrático debe saber acerca de la dificultad histórica para realizar un socratismo por decreto (saber = bondad=felicidad). De hecho, él no se puede permitir ingenuidad tamaña, que le negaría como socrático o le situaría como impostor. Por lo tanto, el socratismo es imposible y él debe apuntar (inconscientemente, porque no se le pueden suponer maliciosas intenciones) a una captación de la generosidad del auditorio, en tanto pago hic et nunc -por la parte del sabio pontífice- del sueldo simbólico que se le ha designado, en razón de sus funciones históricas.

"Porque es una tarea histórica: los profesores constituyen eslabones silenciosos en la cadena que conduce a la humanidad hacia el progreso y la mejora. ¿Qué hubiera sido del mundo y de la historia sin los maestros? Quienes tienen conocimiento tratan de utilizarlo en su beneficio (y de esconderlo a los competidores). Sin embargo, los profesores forman un grupo humano que tiene por oficio compartir todo lo que saben, transmitir a otros sus conocimientos, despertar en otros el deseo de aprender." (MASG)

Pero callemos por hoy.

4 comentarios:

conde-duque dijo...

Aquí un derrotado. Quizás algún día, en algún momento, se produjo esa explosión de luz, ese momento eucarístico de sabiduría, humanidad, progreso, mejora... Era sólo un instante, pero era hermoso.
De todas formas, siempre tuve claro que algo fallaba. De hecho, cuando mi primer día en un instituto de Leganés me giré de la pizarra y pegué un grito al más puro estilo Tejero en el 23-F: "¡Que os calléis, coño!", supe que algo no iba bien.

Martín López dijo...

1. El momento debió ser durante la creación del mundo, aunque a saber si Dios creía en el progreso.
2. Eso la ciencia pedagógica lo detesta, porque Dios está en sus corazones y despachos.
3. Se puede rehacer un poco la luz, personal y cuasiprivadamente, denunciando la sofistería pedagogizante, aunque esto sea como cribar el agua del mar... pero bueno.
4. Aunque no es fácil engañar a los niños, de verdad, y suelen despreciar el papanatismo del buen papá/profe, y valoran al que ven serio y justo. Eso los que no están ya alienados: ¿Leganés?

conde-duque dijo...

Sí, Leganés. El instituto "María Zambrano", concretamente. Era su centenario y nos hicieron repartir a los chavales unas estampitas de la filósofa. Yo les lancé un reto irónico: "A quien entienda algo de "Claros del bosque" le pongo un sobresaliente". Nadie se atrevió.

Martín López dijo...

Claro, pero es que nadie pretende que entiendan, sino repartirles estampitas: TV, móviles, felicidad hipotecada y el voto cada cierto tiempo. Pero no deja de tener su gracia la idea de repartir las estampas (¿para qué?, ¿a quién se le ocurriría?), y la interpretación que los alumnos darían del particular regalo. Si Doña maría supiera de los usos bien-pensantes, piadosos y hasta beatíficos de su persona. Vergüenza no hay.