18 de diciembre de 2006

Ausencia de mundo

(Representación)

La conciencia feliz cuenta; la conciencia que cuenta es feliz.

La conciencia presente despeja su camino: alguien se acerca a la ciudad de madrugada, o en el mes de agosto; la primera vez que el joven salió de su país y sintió el frío extraño en la estación del tren; el café con leche, justo antes del amanecer, de volver al piso de estudiantes en Granada. Tengo casi apresada la realidad de este momento, casi soy feliz: porque todo eso lo tengo perdido, puedo pensarlo.

El espacio de su mirada coincide con los límites del tiempo biográfico. Esta forma redoblada de reflexión la sume en la melancolía: a su conciencia y también a él.

Conozco momentos privilegiados, las veces que vuelve una imagen, una escena, un olor. No me importa pensar en su agrado, sé que son, con la misma certeza de la vida, inmediatos. Congregan a su alrededor toda la situación irrecuperable, y si tuviera la capacidad de contarlo sé la trampa, lo que me engañaría: que los muertos no regresan, que la memoria constituye una representación imposible; yo no puedo evitar esa desgracia, mi dolor mío y real; sin embargo, puedo sustraer mi conciencia al tiempo, por un puro ejercicio de voluntad, momentáneo, frágil. A eso que no tiene nombre lo llamo la felicidad del narrador, aquellas veces que las palabras me son fieles y vienen alegres a asistirme; mi pequeña certeza se afirma en la felicidad recuperada del que lee, cuando el mensaje ha llegado y el revivir de fantasmas casi ha tomado cuerpo, se ha hecho carne.

La descripción histórica de todos los hechos de un determinado intervalo de tiempo nos sirve para intuir sonidos y aromas de ese tiempo. A la inversa, mi pobre memoria personal me trae realidades, desde los olores, voces y formas que amo porque los he perdido. No sé señalar su lugar, ¿de dónde vienen? Pero llaman con tal fuerza que tengo que decirlo. Por eso también os pregunté a vosotros si no tenéis esta misma idea de la felicidad, del pasado recobrado y que accede a ser contado, pues todo sucede por su gracia y el que cuenta se limita a una pasividad abnegada. Por una oscura fuerza de las cosas, mi pregunta y vuestras respuestas logran darme también la felicidad que me promete la memoria, pues ésta se anticipa al tiempo, a su misma claridad mortal.

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(Spinoza/Kant)

Llamo felicidad al conjunto de acciones, i. e., determinaciones de la razón, entre las que se incluye la conciencia reflexiva. Una vida racional representa, por eso mismo, la perfección.

Una conciencia desgraciada equivale, por el contrario, al sometimiento a la necesidad; una vida triste a fuer de inconsciente, irresponsable: pues no supo determinar racionalmente -libremente- sus acciones, y tuvo que padecerlas, así como le llegaban desde fuera.

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